Page 193 - El Hobbit
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En realidad, Smaug parecía profundamente dormido, casi muerto y apagado,
      con un ronquido que era apenas unas bocanadas de vapor invisible, cuando Bilbo
      se asomó otra vez desde la entrada. Estaba a punto de dar un paso hacia el salón
      cuando alcanzó a ver un repentino rayo rojo, débil y penetrante, que venía de la
      caída ceja izquierda de Smaug. ¡Sólo se hacía el dormido! ¡Vigilaba la entrada
      del túnel! Bilbo dio un rápido paso atrás y bendijo la suerte de haberse puesto el
      anillo. Entonces Smaug habló:
        —¡Bien, ladrón! Te huelo y te siento. Oigo cómo respiras. ¡Vamos! ¡Sírvete
      de nuevo, hay mucho y de sobra!
        Pero Bilbo no era tan ignorante en materia de dragones como para acercarse,
      y  si  Smaug  esperaba  conseguirlo  con  tanta  facilidad,  quedó  decepcionado.  —
      ¡No, gracias, oh Smaug el Tremendo! —replicó el hobbit—. No vine a buscar
      presentes. Sólo deseaba echarte un vistazo y ver si eras tan grande como en los
      cuentos. Yo no lo creía.
        —¿Lo crees ahora? —dijo el dragón un tanto halagado, pero escéptico.
        —En verdad canciones y relatos quedan del todo cortos frente a la realidad,
      ¡oh, Smaug, la Más importante, la Más Grande de las Calamidades! —replicó
      Bilbo.
        —Tienes buenos modales para un ladrón y un mentiroso —dijo el dragón—.
      Pareces familiarizado con mi nombre, pero no creo haberte olido antes. ¿Quién
      eres y de dónde vienes, si puedo preguntar?
        —¡Puedes, ya lo creo! Vengo de debajo de la colina, y por debajo de las
      colinas y sobre las colinas me condujeron los senderos. Y por el aire. Yo soy el
      que camina sin ser visto.
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