Page 1096 - El Señor de los Anillos
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una  suerte  para  vosotros,  porque  si  no  nos  hubieras  encontrado,  el  Rey  de  las
      praderas  no  habría  llegado  muy  lejos,  y  si  hubiera  podido  hacerlo,  no  habría
      tenido un hogar a donde regresar.
        —Lo sabemos muy bien —dijo Aragorn—, y es algo que ni en Minas Tirith
      ni en Edoras se olvidará jamás.
        —Jamás  —dijo  Bárbol—  es  una  palabra  demasiado  larga  hasta  para  mí.
      Mientras perduren vuestros reinos, querrás decir; y mucho tendrán que perdurar
      por cierto para que les parezcan largos a los ents.
        —La Nueva Edad comienza —dijo Gandalf—, y en ella bien puede ocurrir
      que  los  reinos  de  los  hombres  te  sobrevivan,  Fangorn,  amigo  mío.  Mas,  dime
      ahora una cosa: ¿qué fue de la tarea que te encomendé? ¿Cómo está Saruman?
      ¿No  se  ha  hastiado  aún  de  Orthanc?  No  creo  que  piense  que  has  mejorado  el
      panorama que se ve desde la torre.
        Bárbol clavó en Gandalf una mirada larga, casi astuta, pensó Merry.
        —Ah —dijo Bárbol—. Me imaginé que llegarías a eso. ¿Hastiado de Orthanc?
      Más  que  hastiado,  al  final;  pero  no  tan  hastiado  de  la  torre  como  de  mi  voz.
      ¡Huum! Me oyó unos largos sermones, o al menos lo que consideraríais largos en
      vuestra habla.
        —¿Entonces por qué se quedó a escucharlos? ¿Has entrado en Orthanc? —
      preguntó Gandalf.
        —Huum, no, no en Orthanc —dijo Bárbol—. Pero él se asomaba a la ventana
      y escuchaba, porque sólo así podía enterarse de alguna noticia y detestaba oírme,
      lo  consumía  la  ansiedad;  y  te  aseguro  que  las  escuchó,  todas  y  bien.  Pero
      agregué  muchas  cosas,  para  que  reflexionara.  Al  final  estaba  muy  cansado.
      Siempre tenía prisa, y esa fue su ruina.
        —Observo, mi buen Fangorn —dijo Gandalf—, que pones cuidado en decir
      vivía, fue, estaba. ¿Por qué no en presente? ¿Acaso ha muerto?
        —No, no ha muerto, hasta donde yo sé —dijo Bárbol. Pero se ha marchado.
      Sí,  se  fue  hace  siete  días.  Lo  dejé  partir.  Poco  quedaba  de  él  cuando  salió
      arrastrándose, y en cuanto a esa especie de serpiente que lo acompañaba, era
      como una sombra pálida. Ahora no vengas a decirme, Gandalf, que te prometí
      retenerlo encerrado; pues ya lo sé. Pero las cosas han cambiado desde entonces.
      Y lo mantuve encerrado hasta que yo mismo tuve la certeza de que ya no podía
      causar  nuevos  males.  Tú  no  puedes  ignorar  que  lo  que  más  detesto  es  ver
      enjaulados a los seres vivos; ni aun a criaturas como ésta tendría yo encerradas,
      excepto  en  casos  de  extrema  necesidad.  Una  serpiente  desdentada  puede
      arrastrarse por donde quiera.
        —Quizá tengas razón —dijo Gandalf—, pero creo que a esta víbora aún le
      queda un diente. Tenía el veneno de la voz, y sospecho que te persuadió, aun a ti,
      Bárbol, pues conocía tu lado flaco. Y bien, ahora se ha ido, y no hay más que
      hablar.  Pero  la  Torre  de  Orthanc  vuelve  a  manos  del  Rey,  a  quien  pertenece.
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