Page 1099 - El Señor de los Anillos
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en el Norte, y algún día iré a vuestra tierra.
        Aragorn se despidió entonces de Celeborn y de Galadriel, y la Dama le dijo:
        —Piedra  de  Elfo,  a  través  de  las  tinieblas  llegaste  a  tu  esperanza,  y  ahora
      tienes todo tu deseo. ¡Emplea bien tus días!
        Pero Celeborn le dijo:
        —¡Hermano,  adiós!  ¡Ojalá  tu  destino  sea  distinto  del  mío,  y  tu  tesoro  te
      acompañe hasta el fin!
        Y  con  estas  palabras  partieron,  y  era  la  hora  del  crepúsculo,  y  cuando  un
      momento  después  volvieron  la  cabeza,  vieron  al  Rey  del  Oeste  a  caballo,
      rodeado  por  sus  caballeros;  y  el  sol  poniente  los  iluminaba,  y  los  arneses
      resplandecían como oro rojo, y el manto blanco de Aragorn parecía una llama.
      Aragorn tomó entonces la piedra verde y la levantó, y una llama verde le brotó
      de la mano.
      Pronto la ahora menguada compañía dobló al oeste siguiendo el curso del Isen, y
      atravesando  la  Quebrada  se  internó  en  los  páramos  que  se  extendían  del  otro
      lado; y de allí fue hacia el norte y cruzó los lindes de las Tierras Oscuras. Los
      dunlendinos huían y se escondían ante ellos, pues temían a los elfos, aunque en
      verdad no los veían con frecuencia. Pero los viajeros no se turbaron, ya que eran
      aún  una  compañía  numerosa  y  bien  provista;  y  avanzaron  con  serenidad,
      levantando las tiendas cuando y donde preferían.
        En  el  sexto  día  de  viaje  desde  que  se  separaran  del  Rey,  atravesaron  un
      bosque que bajaba de las colinas al pie de las Montañas Nubladas, que ahora se
      levantaban a la derecha. Cuando al caer el sol salieron una vez más a campo
      abierto,  alcanzaron  a  un  anciano  que  caminaba  encorvado  apoyándose  en  un
      bastón, vestido con harapos grises o que habían sido blancos; otro mendigo que se
      arrastraba lloriqueando le pisaba los talones.
        —¡Si es Saruman! —exclamó Gandalf—. ¿A dónde vas?
        —¿Qué  te  importa?  —respondió  el  otro—.  ¿Todavía  quieres  gobernar  mis
      actos, y no estás contento con mi ruina?
        —Tú conoces las respuestas —dijo Gandalf: no y no. Pero de todos modos el
      tiempo de mis afanes está concluyendo. El Rey ha tomado ahora la carga. Si
      hubieras esperado en Orthanc lo habrías visto, y te habría mostrado sabiduría y
      clemencia.
        —Mayor razón entonces para haber partido antes —dijo Saruman—, pues no
      quiero  de  él  ni  una  cosa  ni  la  otra.  Y  si  en  verdad  esperas  una  respuesta  a  la
      primera pregunta, busco cómo salir de su reino.
        —Entonces una vez más has equivocado el camino —dijo Gandalf—, y no
      veo en tu viaje ninguna esperanza. Pero dime, ¿desdeñarás nuestra ayuda? Pues
      te la ofrecemos.
        —¿A mí? —dijo Saruman—. ¡No, por favor, no me sonrías! Te prefiero con
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