Page 1102 - El Señor de los Anillos
P. 1102

días. A menudo, cuando hacía ya un rato que los hobbits dormían profundamente,
      se sentaban todos juntos a la luz de las estrellas y rememoraban tiempos idos y
      las alegrías y tristezas que habían conocido en el mundo, o celebraban consejo,
      cambiando ideas acerca de los tiempos por venir. Si por azar hubiese pasado por
      allí algún caminante solitario, poco habría visto u oído, y le habría parecido ver
      sólo figuras grises, esculpidas en piedra, en memoria de cosas de otros tiempos y
      ahora perdidas en tierras deshabitadas. Porque estaban inmóviles, y no hablaban
      con los labios, y se comunicaban con la mente; sólo los ojos brillantes se movían
      y se iluminaban, a medida que los pensamientos iban y venían.
        Pero al cabo todo quedó dicho, y de nuevo se separaron por algún tiempo,
      hasta que llegase la hora de la desaparición de los Tres Anillos. Envuelta en los
      mantos grises, la gente de Lorien cabalgó hacia las montañas, y se desvaneció
      rápidamente entre las piedras y las sombras; y los que iban camino a Rivendel
      continuaron  mirando  desde  la  colina,  hasta  que  un  relámpago  centelleó  en  la
      bruma creciente, y ya no vieron nada más. Y Frodo supo que Galadriel había
      levantado el anillo en señal de despedida. Sam volvió la cabeza y suspiró:
        —¡Cuánto me gustaría volver a Lorien!
        Por  fin  un  día  atravesaron  los  altos  páramos,  y  de  improviso,  como  les
      parecía siempre a los viajeros, llegaron a la orilla del profundo Valle de Rivendel,
      y  abajo,  a  lo  lejos,  vieron  brillar  las  lámparas  en  la  casa  de  Elrond.  Y
      descendieron,  y  cruzaron  el  puente,  y  llegaron  a  las  puertas,  y  la  casa  entera
      resplandecía de luz y había cantos de alborozo por el regreso de Elrond.
      Ante todo, antes de comer o de lavarse y hasta de quitarse las capas, los hobbits
      fueron en busca de Bilbo. Lo encontraron solo en la pequeña alcoba, atiborrada
      de papeles y plumas y lápices. Pero Bilbo estaba sentado en una silla junto a un
      fuego pequeño y chisporroteante. Parecía viejísimo, pero tranquilo. Y dormitaba.
      Abrió los ojos y los miró cuando entraron.
        —¡Hola, hola! —exclamó—. ¿Así que estáis de vuelta? Y mañana, además,
      es  mi  cumpleaños.  ¡Qué  oportunos!  ¿Sabéis  una  cosa?  ¡Cumpliré  ciento
      veintinueve! Y en un año más, si duro, tendré la edad del Viejo Tuk. Me gustaría
      ganarle; pero ya veremos.
        Después  de  la  celebración  del  cumpleaños  de  Bilbo  los  cuatro  hobbits
      permanecieron unos días más en Rivendel, casi siempre en compañía del viejo
      amigo, que ahora se pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, salvo las
      horas de las comidas, para las cuales seguía siendo muy puntual, pues rara vez
      dejaba  de  despertarse  a  tiempo.  Sentados  alrededor  del  fuego  le  contaron  por
      turno todo cuanto podían recordar de los viajes y aventuras. Al principio Bilbo
      simuló  tomar  unas  notas;  pero  a  menudo  se  quedaba  dormido,  y  cuando
      despertaba  solía  decir:  « ¡Qué  espléndido!  ¡Qué  maravilla!  Pero  ¿por  dónde
      íbamos?»  Entonces retomaban la historia a partir del instante en que Bilbo había
   1097   1098   1099   1100   1101   1102   1103   1104   1105   1106   1107