Page 1104 - El Señor de los Anillos
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cabezas  se  vuelvan  más  grandes  que  vuestros  sombreros.  ¡Pero  si  no  paráis
      pronto de crecer, los sombreros y las ropas os saldrán muy caros!
        —Pero si usted quiere ganarle en años al Viejo Tuk —dijo Pippin—, no veo
      por qué nosotros no podemos tratar de ganarle a Toro Bramador.
        Bilbo se echó a reír, y sacó de un bolsillo dos hermosas pipas de boquilla de
      nácar y guarniciones de plata labrada.
        —¡Pensad  en  mí  cuando  fuméis  en  ellas!  —dijo—.  Los  elfos  las  hicieron
      para mí, pero ya no fumo. —Y de pronto cabeceó y se adormeció un rato, y
      cuando  despertó  dijo—:  A  ver  ¿por  dónde  íbamos?  Sí,  claro,  entregando  los
      regalos. Lo que me recuerda: ¿qué fue de mi Anillo, Frodo, el que tú te llevaste?
        —Lo perdí, Bilbo querido —dijo Frodo—. Me deshice de él, tú sabes.
        —¡Qué lástima! —dijo Bilbo—. Me hubiera gustado verlo de nuevo. ¡Pero
      no,  qué  tonto  soy!  Si  a  eso  fuiste,  a  deshacerte  de  él  ¿no?  Pero  todo  es  tan
      confuso,  pues  se  han  sumado  tantas  otras  cosas:  los  asuntos  de  Aragorn,  y  el
      Concilio Blanco, y Gondor, y los jinetes, y los Hombres del Sur, y los olifantes…
      ¿de veras viste uno, Sam?; y las cavernas y las torres y los árboles dorados y
      vaya a saber cuántas otras cosas.
        » Es  evidente  que  yo  volví  de  mi  viaje  por  un  camino  demasiado  recto.
      Gandalf hubiera podido pasearme un poco más. Pero entonces la subasta habría
      terminado  antes  que  yo  volviera,  y  entonces  habría  tenido  más  contratiempos
      aún. De todos modos ahora es demasiado tarde; y la verdad es que creo que es
      mucho más cómodo estar sentado aquí y oír todo lo que pasó. El fuego es muy
      acogedor aquí, y la comida es muy buena, y hay elfos si quieres verlos. ¿Qué
      más puedes pedir?
       El camino sigue y sigue
       desde la puerta.
       El camino ha ido muy lejos,
       y que otros lo sigan si pueden.
       Que ellos emprendan un nuevo viaje,
       pero yo al fin con pies fatigados
       me volveré a la taberna iluminada,
       al encuentro del sueño y el reposo.
        Y mientras murmuraba las palabras finales, la cabeza le cayó sobre el pecho
      y se quedó dormido.
        La noche se adentró en la habitación, y el fuego chisporroteó más brillante; y
      al mirar a Bilbo dormido lo vieron sonreír. Permanecieron un rato en silencio; y
      entonces Sam, mirando alrededor y las sombras que se movían en las paredes,
      dijo con voz queda:
        —No creo, señor Frodo, que haya escrito mucho mientras estábamos fuera.
      Ya nunca escribirá nuestra historia.
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