Page 1103 - El Señor de los Anillos
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empezado a cabecear.
        La única parte que en verdad pareció mantenerlo despierto y atento fue el
      relato de la coronación y la boda de Aragorn.
        —Estaba  invitado  a  la  boda,  por  supuesto  —dijo—.  Y  tiempo  hacía  que  la
      esperaba. Pero no sé cómo, cuando llegó el momento, me di cuenta de que tenía
      tanto que hacer aquí. ¡Y preparar la maleta es tan enfadoso!
        Pasaron  casi  dos  semanas  y  un  día  Frodo  al  mirar  por  la  ventana  vio  que
      durante la noche había caído escarcha y las telarañas parecían redes blancas.
      Entonces supo de golpe que había llegado el momento de partir y de decirle adiós
      a Bilbo. El tiempo continuaba hermoso y sereno, después de uno de los veranos
      más maravillosos de que la gente tuviese memoria; pero había llegado octubre y
      el aire pronto cambiaría y una vez más comenzarían las lluvias y los vientos. Y
      aún les quedaba un largo camino por delante. Sin embargo, no era el temor al
      mal tiempo lo que preocupaba a Frodo. Tenía una impresión como de apremio,
      de que era hora de regresar a la Comarca. Sam sentía lo mismo, pues la noche
      anterior le había dicho:
        —Bueno, señor Frodo, hemos viajado mucho y lejos, y hemos visto muchas
      cosas;  pero  no  creo  que  hayamos  conocido  un  lugar  mejor  que  éste.  Hay  un
      poco  de  todo  aquí,  si  usted  me  entiende:  la  Comarca  y  el  Bosque  de  Oro  y
      Gondor y las casas de los Reyes y las tabernas y las praderas y las montañas
      todo  junto.  Y  sin  embargo,  no  sé  por  qué  pienso  que  convendría  partir  cuanto
      antes. Estoy preocupado por el Tío, si he de decirle la verdad.
        —Sí,  un  poco  de  todo,  Sam,  excepto  el  Mar  —había  respondido  Frodo;  y
      ahora repetía para sus adentros—: Excepto el Mar.
        Ese día Frodo habló con Elrond, y quedó convenido que partirían a la mañana
      siguiente. Para alegría del hobbit, Gandalf dijo:
        —Creo que yo también iré. Hasta Bree al menos. Quiero ver a Mantecona.
        Por la noche fueron a despedirse de Bilbo.
        —Y  bien,  si  tenéis  que  marcharos,  no  hay  más  que  hablar  —dijo—.  Lo
      siento. Os echaré de menos. De todos modos es bueno saber que andaréis por las
      cercanías. Pero me caigo de sueño.
        Entonces le regaló a Frodo la cota de mithril y Dardo, olvidando que se los
      había  regalado  antes,  y  también  tres  libros  de  erudición  que  había  escrito  en
      distintas épocas, garrapateados de su puño y letra, y que llevaban en los lomos
      rojos el siguiente título: Traducciones del Élfico por B. B.
        A Sam le regaló un saquito de oro.
        —Casi  el  último  vestigio  del  botín  de  Smaug  —dijo—.  Puede  serte  útil,  si
      piensas en casarte, Sam. —Sam se sonrojó.
        —A vosotros no tengo nada que daros, jóvenes amigos —les dijo a Merry y
      Pippin—, excepto buenos consejos. —Y cuando les hubo dado una buena dosis,
      agregó  uno  final,  según  la  usanza  de  la  Comarca—:  No  dejéis  que  vuestras
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