Page 1109 - El Señor de los Anillos
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pesar de los extraños atavíos, se le iluminó el semblante y les dio la bienvenida.
        —¡Entrad! —dijo, quitando los cerrojos—. No nos quedemos charlando aquí,
      con  este  frío  y  esta  lluvia;  una  verdadera  noche  de  rufianes,  pero  el  viejo
      Cebadilla sin duda os recibirá con gusto en El Poney, y allí oiréis todo cuanto hay
      para oír, y mucho más.
        —Y  tú  oirás  más  tarde  todo  cuanto  nosotros  tenemos  para  contar  —rió
      Gandalf—. ¿Cómo está Enrique? —El Guardián se enfurruñó.
        —Se  marchó  —dijo—.  Pero  será  mejor  que  se  lo  preguntes  a  Cebadilla.
      ¡Buenas noches!
        —¡Buenas  noches  a  ti!  —dijeron  los  recién  llegados,  y  entraron;  y  vieron
      entonces  que  detrás  del  seto  que  bordeaba  el  camino  habían  construido  una
      cabaña larga y baja, y que varios hombres habían salido de ella y los observaban
      por encima del cerco. Al llegar a la casa de Bill Helechal vieron que allí el cerco
      estaba descuidado, y que las ventanas habían sido tapiadas.
        —¿Crees que lo habrás matado con aquella manzana, Sam? —dijo Pippin.
        —Sería mucho esperar, señor Pippin —dijo Sam—. Pero me gustaría saber
      qué fue de ese pobre poney. Me he acordado de él más de una vez, y de los lobos
      que aullaban y todo lo demás.
      Llegaron  por  fin  a  El  Poney  Pisador,  que  visto  de  fuera  al  menos  no  había
      cambiado mucho; y había luces detrás de las cortinas rojas en las ventanas más
      bajas.  Tocaron  la  campana,  y  Nob  acudió  a  la  puerta,  y  abrió  un  resquicio  y
      espió; y al verlos allí bajo la lámpara dio un grito de sorpresa.
        —¡Señor Mantecona! ¡Patrón! ¡Han regresado!
        —Oh ¿de veras? Les voy a dar —se oyó la voz de Mantecona, y salió como
      una tromba, garrote en mano. Pero cuando vio quiénes eran se detuvo en seco, y
      el ceño furibundo se le transformó en un gesto de asombro y de alegría.
        —¡Nob, tonto de capirote! —gritó—. ¿No sabes llamar por su nombre a los
      viejos amigos? No tendrías que darme estos sustos, en los tiempos que corren.
      ¡Bien, bien! ¿Y de dónde vienen ustedes? Nunca esperé volver a ver a ninguno, y
      es la pura verdad: marcharse así, a las Tierras Salvajes, con ese tal Trancos, y
      todos esos Hombres Negros siempre yendo y viniendo. Pero estoy muy contento
      de verlos, y a Gandalf más que a ninguno. ¡Adelante! ¡Adelante! ¿Las mismas
      habitaciones de siempre? Están desocupadas. En realidad, casi todas están vacías
      en estos tiempos, cosa que no les ocultaré, ya que no tardarán en descubrirlo. Y
      veré qué se puede hacer por la cena, lo más pronto posible; pero estoy corto de
      ayuda  en  estos  momentos.  ¡Eh,  Nob,  camastrón!  ¡Avísale  a  Bob!  Ah,  me
      olvidaba, Bob se ha marchado: ahora al anochecer vuelve a la casa de su familia.
      ¡Bueno, lleva los poneys de los huéspedes a las caballerizas, Nob! Y tú, Gandalf,
      sin  duda  querrás  llevar  tú  mismo  el  caballo  al  establo.  Un  animal  magnífico,
      como  dije  la  primera  vez  que  lo  vi.  ¡Bueno,  adelante!  ¡Hagan  cuenta  de  que
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