Page 1112 - El Señor de los Anillos
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Gondor  y  de  la  Marca,  las  hermosas  insignias  de  los  escudos,  podían  parecer
      extravagancias en la Comarca. Hasta el propio Gandalf, que ahora cabalgaba en
      un gran corcel gris, todo vestido de blanco, envuelto en un amplio manto azul y
      plata, y con la larga espada Glamdrin al cinto. Gandalf se echó a reír.
        —Bueno,  bueno  —dijo—.  Si  sólo  cinco  como  nosotros  bastan  para
      amedrentarlos, con peores enemigos nos hemos topado antes. En todo caso, te
      dejarán en paz por la noche, mientras estemos aquí.
        —¿Y cuánto durará eso? —dijo Mantecona—. No negaré que nos encantaría
      tenerlos  con  nosotros  una  temporada.  Aquí  no  estamos  acostumbrados  a  estos
      problemas, como ustedes saben, y los montaraces se han marchado, por lo que
      me dice la gente. Creo que hasta ahora no habíamos apreciado bien lo que ellos
      hacían por nosotros. Porque hubo cosas peores que ladrones por estos lados. El
      invierno pasado había lobos que aullaban alrededor de la empalizada. Y en los
      bosques merodeaban formas oscuras, cosas horripilantes que le helaban a uno la
      sangre en las venas. Todo muy alarmante, si ustedes me entienden.
        —Me  imagino  que  sí  —dijo  Gandalf—.  En  casi  todos  los  países  ha  habido
      disturbios  en  estos  tiempos,  graves  disturbios.  Pero  ¡alégrate,  Cebadilla!  Has
      estado en un tris de verte envuelto en problemas muy serios, y me hace feliz
      saber que no te han tocado más de cerca. Pero se aproximan tiempos mejores.
      Mejores quizá que todos aquéllos de que tienes memoria. Los montaraces han
      vuelto.  Nosotros  mismos  hemos  regresado  con  ellos.  Y  hay  de  nuevo  un  rey,
      Cebadilla. Y pronto se ocupará de esta región.
        » Entonces se abrirá nuevamente el Camino Verde, y los mensajeros del Rey
      vendrán  al  norte,  y  habrá  un  tránsito  constante  y  las  criaturas  malignas  serán
      expulsadas  de  las  regiones  desiertas.  En  verdad,  con  el  paso  del  tiempo,  los
      eriales  dejarán  de  ser  eriales,  y  donde  antes  hubo  desiertos  y  tierras  incultas
      habrá gentes y praderas.
        El señor Mantecona sacudió la cabeza.
        —Que haya un poco de gente decente y respetable en los caminos, no hará
      mal a nadie —dijo. Pero no queremos más chusma ni rufianes. Y no queremos
      más  intrusos  en  Bree,  ni  cerca  de  Bree.  Queremos  que  nos  dejen  en  paz.  No
      quiero  ver  acampar  por  aquí  e  instalarse  por  allá  a  toda  una  multitud  de
      extranjeros que vienen a echar a perder nuestro país.
        —Te  dejarán  en  paz,  Cebadilla  —dijo  Gandalf—.  Hay  espacio  suficiente
      para  varios  reinos,  entre  el  Isen  y  el  Agua  Gris,  o  a  lo  largo  de  las  costas
      meridionales  del  Brandivino,  sin  que  nadie  venga  a  habitar  a  menos  de  varias
      jornadas de cabalgata de Bree. Y mucha gente vivía antiguamente en el norte, a
      un centenar de millas de aquí, o más, en el otro extremo del Camino Verde: en
      las Lomas del Norte o en las cercanías del Lago del Crepúsculo.
        —¿Allá arriba, cerca del Foso del Muerto? —dijo Mantecona, con un aire aún
      más dubitativo—. Dicen que es una región habitada por fantasmas. Sólo ladrones
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