Page 1110 - El Señor de los Anillos
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están en casa!
        El señor Mantecona en todo caso no había cambiado la manera de hablar, y
      parecía vivir siempre en la misma agitación sin resuello. Y sin embargo no había
      casi  nadie  en  la  posada,  y  todo  estaba  en  calma;  del  salón  común  llegaba  un
      murmullo apagado de no más de dos o tres voces. Y vista más de cerca, a la luz
      de  las  dos  velas  que  había  encendido  y  que  llevaba  ante  ellos,  la  cara  del
      posadero parecía un tanto ajada y consumida por las preocupaciones.
        Los condujo por el corredor hasta la salita en que se habían reunido aquella
      noche extraña, más de un año atrás; y ellos lo siguieron, algo desazonados, pues
      era obvio que el viejo Cebadilla estaba tratando de ponerle al mal tiempo buena
      cara. Las cosas ya no eran como antes. Pero no dijeron nada, y esperaron.
        Como era de prever, después de la cena el señor Mantecona fue a la salita
      para ver si todo había sido del agrado de los huéspedes. Y lo había sido por cierto:
      en todo caso los cambios no habían afectado ni a la cerveza ni a las vituallas de El
      Poney.
        —No me atreveré a sugerirles que vayan al salón común esta noche —dijo
      Mantecona. Han de estar fatigados; y de todas maneras hoy no hay mucha gente
      allí. Pero si quisieran dedicarme una media hora antes de recogerse a descansar,
      me gustaría mucho charlar un rato con ustedes, tranquilos y a solas.
        —Eso es justamente lo que también nos gustaría a nosotros —dijo Gandalf—.
      No  estamos  cansados.  Nos  hemos  tomado  las  cosas  con  calma  últimamente.
      Estábamos  mojados,  con  frío  y  hambrientos,  pero  todo  eso  tú  lo  has  curado.
      ¡Ven,  siéntate!  Y  si  tienes  un  poco  de  hierba  para  pipa,  te  daremos  nuestra
      bendición.
        —Bueno, me sentiría más feliz si me hubieras pedido cualquier otra cosa —
      dijo Mantecona—. Eso es algo justamente de lo que andamos escasos, pues la
      única hierba que tenemos es la que cultivamos nosotros mismos, y no es bastante.
      En estos tiempos no llega nada de la Comarca. Pero haré lo que pueda.
        Cuando volvió traía una provisión suficiente para un par de días: un apretado
      manojo de hojas sin cortar.
        —De las Colinas del Sur —dijo—, y la mejor que tenemos; pero no puede ni
      compararse con la de la Cuaderna del Sur, como siempre he dicho, aunque en la
      mayoría de las cosas estoy a favor de Bree, con el perdón de ustedes.
        Lo instalaron en un sillón junto al fuego, y Gandalf se sentó del otro lado del
      hogar, y los hobbits en sillas bajas entre uno y otro; y entonces hablaron durante
      muchas  medias  horas,  e  intercambiaron  todas  aquellas  noticias  que  el  señor
      Mantecona quiso saber o comunicar. La mayor parte de las cosas que tenían para
      contarle  dejaban  simplemente  pasmado  de  asombro  al  posadero,  y  superaban
      todo lo que él podía imaginar, y provocaban escasos comentarios fuera de:
        —No  me  diga  —y  el  señor  Mantecona  lo  repetía  una  y  otra  vez  como  si
      dudara de sus propios oídos—. No me diga, señor Bolsón ¿o era señor Sotomonte?
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