Page 1113 - El Señor de los Anillos
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se atreverían a vivir allí.
        —Los montaraces van allí —dijo Gandalf—. El Foso del Muerto, dices. Así lo
      han llamado durante largos años; pero el verdadero nombre, Cebadilla, es Fornost
      Erain, Norburgo de los Reyes. Y allí volverá el Rey, algún día, y entonces verás
      pasar alguna hermosa gente.
        —Bueno, eso suena un poco más alentador, lo reconozco —dijo Mantecona
      —. Y será sin duda bueno para los negocios. Siempre y cuando deje en paz a
      Bree.
        —La dejará en paz —dijo Gandalf—. La conoce y la ama.
        —¿De veras? —dijo Mantecona, perplejo—. Aunque no me imagino cómo
      puede  conocerla,  sentado  en  ese  alto  trono,  allá  en  ese  inmenso  castillo,  a
      centenares de millas de distancia, y bebiendo el vino de un cáliz de oro, no me
      extrañaría.  ¿Qué  es  para  él  El  Poney  o  un  jarro  de  cerveza?  ¡No  porque  mi
      cerveza no sea buena, Gandalf! Es excepcionalmente buena desde que viniste en
      el otoño del año pasado y le echaste una buena palabra. Y te diré que en medio
      de todos estos males, ha sido un consuelo.
        —¡Ah! —dijo Sam—. Pero él dice que tu cerveza siempre es buena.
        —¿Él dice?
        —Claro que sí, Trancos. El jefe de los montaraces. ¿No te ha entrado todavía
      en la cabeza?
        Mantecona  entendió  al  fin,  y  la  cara  se  le  transformó  en  una  máscara  de
      asombro: boquiabierto, los ojos redondos en la cara rechoncha, sin aliento.
        —¡Trancos! —exclamó cuando pudo respirar otra vez—. ¡Él con corona y
      todo, y un cáliz de oro! Bueno ¿dónde vamos a parar?
        —A tiempos mejores, al menos para Bree —respondió Gandalf.
        —Así lo espero, en verdad —dijo Mantecona—. Bueno, ha sido la charla más
      agradable que he tenido en un mes de días lunes. Y no negaré que esta noche
      dormiré  más  tranquilo  y  con  el  corazón  aliviado.  Ustedes  me  han  traído  en
      verdad muchas cosas en que pensar, pero lo postergaré hasta mañana. Estoy listo
      para acostarme, y no dudo que también ustedes se irán a dormir de buena gana.
      ¡Eh, Nob! —llamó, mientras iba hacia la puerta—. ¡Nob, camastrón!
        » ¡Nob! —se dijo en seguida, palmeándose la frente—. ¿Qué me recuerda
      esto?
        —No  otra  carta  de  la  que  se  ha  olvidado,  espero,  señor  Mantecona  —dijo
      Merry.
        —Por favor, por favor, señor Brandigamo, ¡no venga a recordármelo! Pero
      ahí tiene, me cortó el pensamiento. ¿Dónde estaba? Nob, caballerizas… Ah, eso
      era. Tengo aquí algo que les pertenece. Si se acuerdan de Bill Helechal y el robo
      de los caballos: el poney que ustedes le compraron, está aquí. Volvió solo, sí. Pero
      por dónde anduvo, ustedes lo sabrán mejor que yo. Parecía un perro viejo, y
      estaba flaco como una caña, pero vivo. Nob lo ha cuidado.
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