Page 1114 - El Señor de los Anillos
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—¡Qué! ¡Mi Bill!  exclamó  Sam.  Bueno,  diga  lo  que  diga  el  Tío,  nací  con
      buena  estrella.  ¡Otro  deseo  que  se  cumple!  ¿Dónde  está?  Y  no  quiso  irse  a  la
      cama antes de haber visitado a Bill en el establo.

      Los viajeros se quedaron en Bree el día siguiente, y el señor Mantecona no tuvo
      motivos para quejarse de los negocios, al menos aquella noche. La curiosidad
      venció  todos  los  temores,  y  la  casa  estaba  de  bote  en  bote.  Por  cortesía,  los
      hobbits  fueron  al  salón  común  durante  la  velada  y  contestaron  a  muchas
      preguntas.  Y  como  la  gente  de  Bree  tenía  buena  memoria,  a  Frodo  le
      preguntaron muchas veces si había escrito el libro.
        —Todavía no —contestaba—. Ahora voy a casa a poner en orden mis notas.
      —Prometió narrar los extraños sucesos de Bree, y dar así un toque de interés a
      un  libro  que  al  parecer  se  ocuparía  sobre  todo  de  los  remotos  y  menos
      importantes acontecimientos del « lejano Sur» .
        De pronto, uno de los más jóvenes pidió una canción. Y entonces hubo un
      silencio,  y  todos  miraron  al  joven  con  enfado,  y  el  pedido  no  fue  repetido.
      Evidentemente  nadie  deseaba  que  algo  sobrenatural  ocurriera  otra  vez  en  el
      salón.
        Sin problemas durante el día, ni ruidos durante la noche, nada turbó la paz de
      Bree  mientras  los  viajeros  estuvieron  allí;  pero  a  la  mañana  siguiente  se
      levantaron temprano, porque como el tiempo continuaba lluvioso deseaban llegar
      a la Comarca antes de la noche, y los esperaba una larga cabalgata. Todos los
      habitantes de Bree salieron a despedirlos, y estaban de mejor humor que el que
      habían  tenido  en  todo  un  año;  y  los  que  aún  no  habían  visto  a  los  viajeros
      engalanados se quedaron pasmados de asombro: Gandalf con su barba blanca y
      la  luz  que  parecía  irradiar,  como  si  el  manto  azul  fuera  sólo  una  nube  que
      cubriera el sol; y los cuatro hobbits como caballeros andantes salidos de cuentos
      casi  olvidados.  Hasta  aquellos  que  se  habían  reído  al  oírles  hablar  del  Rey
      empezaron a pensar que quizás habría algo de verdad en todo aquello.
        —Bien, buena suerte en el camino, y buen retorno —dijo el señor Mantecona
      —. Tendría que haberles advertido antes que tampoco en la Comarca anda todo
      bien, si lo que he oído es verdad. Pasan cosas raras, dicen. Pero una idea se lleva
      la  otra,  y  estaba  preocupado  por  mis  propios  problemas.  Si  me  permiten  el
      atrevimiento,  les  diré  que  han  vuelto  cambiados  de  todos  esos  viajes,  y  ahora
      parecen gente capaz de afrontar las dificultades con serenidad. No dudo que muy
      pronto habrán puesto todo en su sitio. ¡Buena suerte! Y cuanto más a menudo
      vuelvan, más halagado me sentiré.
      Le dijeron adiós y se alejaron a caballo, y saliendo por la puerta del oeste se
      encaminaron a la Comarca. El poney Bill iba con ellos, y como antes cargaba
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