Page 1206 - El Señor de los Anillos
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—¿No pensarás en regresar a Erebor? —preguntó Thráin.
        —No  a  mi  edad  —dijo  Thrór—.  Delego  en  ti  y  en  tus  hijos  la  venganza
      contra Smaug. Pero estoy cansado de la pobreza y del desprecio de los Hombres.
        —Parto a ver qué puedo encontrar.
        No dijo adónde iba. Quizá la edad y el infortunio y el mucho meditar sobre el
      pasado  esplendor  de  Moria  lo  habían  enloquecido  un  poco;  o,  quizá  el  Anillo
      estaba volcándose hacia el mal ahora que su amo había despertado, y llevaba a
      la  locura  y  la  destrucción.  Desde  las  Tierras  Brunas,  donde  estaba  viviendo
      entonces,  fue  hacia  el  norte  con  Nár,  y  cruzaron  el  Paso  del  Cuerno  Rojo  y
      descendieron  a  Azanulbizar.  Cuando  Thrór  llegó  a  Moria,  las  Puertas  estaban
      abiertas. Nár le rogó que tuviera cuidado, pero él no le hizo ningún caso, y entró
      orgullosamente como un heredero que retorna. Pero no volvió. Nár se quedó un
      tiempo en las cercanías, escondido. Un día oyó un fuerte grito y el sonido de un
      cuerno,  y  un  cuerpo  fue  arrojado  a  la  escalinata.  Temiendo  que  fuera  Thrór,
      empezó a acercarse arrastrándose, pero de dentro de las puertas salió una voz:
        —¡Ven,  barbudo!  Podemos  verte.  Pero  hoy  no  es  necesario  que  tengas
      miedo. Te precisamos como mensajero.
        Entonces Nár se aproximó y vio en efecto que era el cuerpo de Thrór, pero
      tenía la cabeza seccionada y la cara vuelta hacia abajo. Y al arrodillarse allí, oyó
      la risa de un Orco y la voz dijo:
        —Si los mendigos no aguardan a la puerta y se escurren dentro intentando
      robar, eso es lo que les hacemos. Si alguno de los vuestros mete aquí otra vez sus
      inmundas barbas, recibirá el mismo tratamiento. ¡Ve y dilo! Pero si su familia
      desea saber quién es ahora el rey aquí, el nombre está escrito en su cara. ¡Yo lo
      escribí! ¡Yo lo maté! ¡Yo soy el amo!
        Entonces Nár dio vuelta la cabeza de Thrór y vio marcado en runas de los
      Enanos,  de  modo  que  él  podía  leerlo,  el  nombre  AZOG.  Ese  nombre  quedó
      marcado desde entonces en el corazón de Nár y en el de todos los Enanos. Nár se
      inclinó para recoger la cabeza, pero la voz de Azog [26]  dijo:
        —¡Déjala caer! ¡Lárgate! Ahí tienes tu paga, mendigo barbado.
        Un pequeño saco golpeó a Nár. Contenía unas pocas monedas de escaso valor.
      Llorando, Nár huyó por el Cauce de Plata abajo; pero miró una vez atrás, y vio
      que por las puertas habían salido unos Orcos que estaban despedazando el cuerpo
      y arrojando los trozos a los cuervos negros.
        Ésa fue la historia que Nár le contó a Thráin; y cuando Nár lloró y se mesó
      las barbas, él guardó silencio. Siete días se quedó sentado sin hablar. Por último,
      se puso de pie y dijo:
        —¡No es posible soportarlo!
        Ése fue el principio de la Guerra de los Enanos y los Orcos, que fue larga y
      mortal, y se libró casi toda ella en sitios profundos bajo tierra. Thráin sin demora
      envió mensajeros con la historia al norte, al este y al oeste; pero transcurrieron
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