Page 1208 - El Señor de los Anillos
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descansado  y  era  feroz  y  muy  astuto.  No  tardó  Náin  en  asestar  un  golpe  con
      todas las fuerzas que aún le quedaban, pero Azog se hizo a un lado y le dio una
      patada en la pierna, de modo que la piqueta de Náin se astilló contra la piedra en
      la  que  había  estado  y  el  Enano  cayó  hacia  adelante.  Entonces  Azog  dio  una
      rápida media vuelta y le hacheó el cuello. La cota de malla resistió el filo, pero
      tan pesado fue el golpe que a Náin se le quebró el cuello y cayó.
        Entonces Azog rió y levantó la cabeza para lanzar un gran grito de triunfo;
      pero el grito se le murió en la garganta. Porque vio que todo su ejército huía en
      desorden y que los Enanos iban de un lado a otro matando a diestro y siniestro, y
      los  que  podían  huir  de  ellos,  corrían  hacia  el  sur  chillando.  Y  casi  todos  los
      soldados que guardaban Azanulbizar yacían muertos. Se volvió y escapó hacia
      las Puertas.
        Escaleras arriba detrás de él saltó un Enano con un hacha roja. Era Dáin Pie
      de Hierro, hijo de Náin. Justo ante las puertas atrapó a Azog, y allí le dio muerte,
      y le rebanó la cabeza. Esto se consideró una gran hazaña, pues Dáin era entonces
      sólo  un  muchacho  en  las  cuentas  de  los  Enanos.  Una  larga  vida  y  múltiples
      batallas  tenía  por  delante,  hasta  que  viejo,  pero  erguido,  caería  por  fin  en  la
      Guerra  del  Anillo.  Aunque  era  valiente  y  lo  ganaba  la  cólera,  se  dice  que  al
      descender de las Puertas tenía la cara gris de quien ha sentido mucho miedo.
      Cuando  por  fin  ganaron  la  batalla,  los  Enanos  que  quedaban  se  reunieron  en
      Azanulbizar.  Tomaron  la  cabeza  de  Azog,  le  metieron  en  la  boca  el  saco  de
      monedas, y la clavaron en una pica. Mas no hubo fiesta ni canciones esa noche;
      porque  no  había  pena  que  alcanzara  para  tantos  muertos.  Apenas  la  mitad  de
      ellos, se dice, podían mantenerse en pie o tener esperanzas de cura. No obstante,
      por  la  mañana  Thráin  se  les  presentó.  Tenía  un  ojo  cegado  sin  cura  posible  y
      estaba cojo a causa de una herida en la pierna; pero dijo:
        —¡Bien! Obtuvimos la victoria. ¡Khazad-dûm es nuestra!
        Entonces ellos respondieron:
        —Puede que seas el Heredero de Durin, pero aun con un solo ojo tendrías
      que ver más claro. Libramos esta batalla por venganza y venganza nos hemos
      tomado.  Aunque  no  tiene  nada  de  dulce.  Nuestras  manos  son  demasiado
      pequeñas y la victoria se nos escapa si esto es una victoria.
        Y los que no pertenecían al Pueblo de Durin dijeron también: Khazad-dûm no
      era la casa de nuestros Padres. ¿Qué significa para nosotros a no ser la esperanza
      de obtener un tesoro? Pero ahora, si hemos de retirarnos sin recompensa ni la
      indemnización que se nos debe, cuanto antes volvamos a nuestras propias tierras,
      tanto mejor.
        Entonces Thráin se volvió a Dáin y dijo:
        —¿Seguramente no ha de abandonarme mi propio pueblo?
        —No —dijo Dáin—. Tú eres el padre de nuestro Pueblo, y hemos sangrado
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