Page 155 - El Señor de los Anillos
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aplastada, como un plato plano de reborde elevado y verde. Dentro no corría aire
      y el cielo parecía al alcance de la mano. Atravesaron este espacio y miraron
      hacia el norte, y se sintieron animados, pues era evidente que ya estaban más
      lejos  de  lo  que  habían  creído.  La  bruma,  por  cierto,  no  permitía  apreciar  las
      distancias, pero no había duda de que las Quebradas estaban llegando a su fin.
      Allá abajo se extendía un largo valle, torciendo hacia el norte hasta alcanzar una
      abertura entre dos salientes empinadas. Más allá, parecía, no había más lomas.
      En el norte alcanzaba a divisarse una larga línea oscura.
        —Eso  es  una  línea  de  árboles  —dijo  Merry—,  y  seguramente  señala  el
      camino. Los árboles crecen todo a lo largo, durante muchas leguas al este del
      Puente. Algunos dicen que los plantaron en los viejos días.
        —Espléndido  —dijo  Frodo—.  Si  seguimos  marchando  como  hasta  ahora,
      habremos dejado las Quebradas antes que se ponga el sol y buscaremos un buen
      sitio para acampar.
        Pero aún mientras hablaba se volvió para mirar hacia el este y vio que de
      aquel lado las lomas eran más altas y se alzaban por encima de ellos; y todas
      esas lomas estaban coronadas de montículos verdes y en algunas había piedras
      verticales que apuntaban al aire, como dientes mellados que asomaban en encías
      verdes.
        De algún modo esta vista era inquietante; se volvieron y descendieron a la
      depresión circular. En el centro se erguía una única piedra, alta bajo el sol, y a
      esa  hora  no  echaba  ninguna  sombra.  Era  una  piedra  informe  y  sin  embargo
      significativa: como un mojón, o un dedo guardián, o más aún una advertencia.
      Pero ellos tenían hambre y el sol estaba aún en el mediodía, donde no había nada
      que temer, de modo que se sentaron recostando las espaldas en el lado este de la
      piedra. Estaba fresca, como si el sol no hubiera sido capaz de calentarla, pero a
      esa  hora  les  pareció  agradable.  Allí  comieron  y  bebieron  y  fue  aquel  un
      almuerzo  al  aire  libre  que  hubiese  contentado  a  cualquiera,  pues  el  alimento
      venía  de  « bajo  la  colina» .  Tom  los  había  aprovisionado  como  para  toda  la
      jornada. Los poneys desensillados retozaban en el pasto.
      La cabalgata por las lomas, la comida abundante, el sol tibio y el aroma de la
      hierba, un descanso algo prolongado con las piernas estiradas, de cara al cielo:
      estas cosas quizá bastan para explicar lo que ocurrió. De cualquier manera los
      hobbits  despertaron  de  pronto,  incómodos,  de  un  sueño  que  no  había  sido
      voluntario. La piedra elevada estaba fría y arrojaba una larga sombra pálida que
      se  extendía  sobre  ellos  hacia  el  este.  El  sol,  de  un  amarillo  claro  y  acuoso,
      brillaba entre las nieblas justo por encima de la pared oeste de la depresión. Al
      norte, al sur y al este, más allá de la pared, la niebla era espesa, fría y blanca. El
      aire era silencioso, pesado y glacial. Los poneys se apretaban unos contra otros,
      las cabezas bajas.
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