Page 156 - El Señor de los Anillos
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Los  hobbits  se  incorporaron  de  un  salto,  alarmados  y  corrieron  hacia  el
      reborde  oriental.  Descubrieron  que  estaban  en  una  isla,  rodeados  de  niebla.
      Miraban  aún  consternados  la  luz  crepuscular,  cuando  el  sol  se  puso  ante  ellos
      hundiéndose en un mar blanco y una sombra fría y gris subió detrás en el este.
      La niebla trepó por las paredes y se alzó sobre ellos y mientras subía se replegó
      hasta formar un techo: estaban encerrados en una sala de niebla cuya columna
      central  era  la  piedra  vertical.  Tuvieron  la  impresión  de  que  una  trampa  se
      cerraba  sobre  ellos,  pero  no  se  desanimaron  del  todo.  Recordaban  todavía  la
      prometedora visión de la línea del camino y no habían olvidado la dirección en
      que  se  encontraba.  De  todos  modos  se  sentían  ahora  tan  a  disgusto  en  aquella
      depresión alrededor de la piedra, que no tenían la menor intención de quedarse.
      Empacaron con toda la rapidez que les fue posible, los dedos entumecidos por el
      frío.
        Pronto  estuvieron  conduciendo  los  poneys  en  fila  por  sobre  el  reborde  y
      descendieron por la falda norte de la loma, hacia el mar de nieblas. A medida
      que  bajaban  la  niebla  se  hacía  más  fría  y  más  húmeda,  y  los  cabellos  les
      colgaban chorreando sobre la frente. Cuando llegaron abajo hacía tanto frío que
      se detuvieron para sacar mantas y capuchones que pronto se cubrieron de gotas
      grises.  Luego,  montando  los  poneys,  continuaron  marchando  lentamente,
      siguiendo las subidas y bajadas del terreno. Se encaminaban, o así les parecía,
      hacia la abertura en forma de puerta que habían visto a la mañana en el extremo
      norte del largo valle. Una vez allí tenían que continuar en línea recta, tanto como
      les fuera posible y de un modo o de otro llegarían así al camino. No pensaban en
      lo que vendría luego, aunque esperaban quizá que más allá de las Quebradas no
      habría niebla.
      La marcha era muy lenta. Para evitar separarse y extraviarse en direcciones
      diferentes iban todos en fila, con Frodo adelante. Sam marchaba detrás, y luego
      Pippin, y luego Merry. El valle parecía interminable. De pronto Frodo vio una
      señal  de  esperanza.  A  un  lado  y  a  otro  una  sombra  comenzó  a  asomar  en  la
      niebla;  y  se  le  ocurrió  que  estaban  acercándose  al  fin  a  la  abertura  entre  las
      colinas, la puerta norte de las Quebradas de los Túmulos. Una vez del otro lado
      estarían libres.
        —¡Adelante!  ¡Seguidme!  —llamó  por  encima  del  hombro  y  corrió  hacia
      adelante.
        Pero la esperanza se convirtió pronto en alarma y confusión. Las manchas
      oscuras se oscurecieron todavía más, pero encogiéndose; y de pronto, alzándose
      ominosas ante él y algo inclinadas la una hacia la otra como pilares de una puerta
      descabezada, Frodo  vio  dos  piedras enormes  clavadas  en  tierra.  No recordaba
      haber visto ningún signo parecido en el valle, cuando había mirado a la mañana
      desde lo alto de la loma. Ya había pasado casi entre ellas cuando se dio cuenta y
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