Page 157 - El Señor de los Anillos
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en  ese  mismo  momento  la  oscuridad  pareció  caer  alrededor.  El  poney  se
      encabritó relinchando y Frodo rodó por el suelo. Cuando miró atrás descubrió que
      estaba solo; los otros no lo habían seguido.
        —¡Sam! —llamó—. ¡Pippin! ¡Merry! ¡Venid! ¿Por qué os quedáis atrás?
        No hubo respuesta. Frodo sintió que el miedo lo dominaba y volvió corriendo
      entre las piedras, dando gritos:
        —¡Sam!  ¡Sam!  ¡Merry!  ¡Pippin!  —El  poney  desapareció  brincando  en  la
      niebla. A lo lejos creyó oír un llamado—: ¡Eh, Frodo, eh! —Venía del este, a la
      izquierda de las grandes piedras y Frodo clavó los ojos en la oscuridad, tratando
      de ver. Al fin echó a andar en la dirección de la llamada y se encontró subiendo
      una cuesta empinada.
        Mientras se adelantaba trabajosamente, llamó de nuevo y continuó llamando
      cada vez más desesperado, pero durante un tiempo no oyó ninguna respuesta y
      luego le llegó débil y lejana, de adelante y por encima de él.
        —¡Eh, Frodo! —decían las vocecitas que venían de la bruma: y luego un grito
      que sonaba como socorro, socorro, repetido muchas veces y terminando con un
      último  socorro  que  se  arrastró  en  un  largo  quejido  interrumpido  de  súbito.  Se
      precipitó tambaleándose hacia los gritos, pero ya no había luz y la noche se había
      cerrado alrededor, de modo que no era posible orientarse. Le parecía que estaba
      subiendo todo el tiempo, más y más.
        Sólo el cambio en el nivel del suelo le indicó que había llegado a la cima de
      un  cerro  o  de  una  loma.  Estaba  cansado,  sudoroso  y  sin  embargo  helado.  La
      oscuridad era completa.
        —¿Dónde estáis? —gritó como en un lamento.
      Nadie respondió. Frodo se detuvo, escuchando. De pronto cayó en la cuenta de
      que hacía mucho frío y que allí arriba se levantaba un viento, un viento helado. El
      tiempo  estaba  cambiando.  La  niebla  se  dispersaba  en  andrajos  y  jirones.  El
      aliento  le  brotaba  como  un  humo  y  las  tinieblas  parecían  menos  próximas  y
      espesas.  Alzó  los  ojos  y  vio  con  sorpresa  que  unas  estrellas  débiles  aparecían
      entre hebras presurosas de niebla y nubes. El viento comenzó a sisear sobre la
      hierba.
        Creyó oír entonces un grito ahogado y fue hacia él y mientras avanzaba la
      niebla se replegó apartándose y descubriendo un cielo estrellado. Una mirada le
      mostró que estaba ahora cara al sur y sobre una colina redonda a la que había
      subido desde el norte. El viento penetrante soplaba del este. La sombra negra de
      un túmulo se destacaba a la derecha sobre el fondo de las estrellas orientales.
        —¿Dónde estáis? —gritó de nuevo a la vez irritado y temeroso.
        —¡Aquí!  —dijo  una  voz,  profunda  y  fría,  que  parecía  salir  del  suelo—.
      ¡Estoy esperándote!
        —¡No! —dijo Frodo, pero no echó a correr. Se le doblaron las rodillas y cayó
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