Page 153 - El Señor de los Anillos
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                Niebla en las Quebradas de los Túmulos
      A quella  noche  no  oyeron  ruidos.  Pero  en  sueños  o  fuera  de  los  sueños,  no
      hubiera podido decirlo, Frodo oyó un canto dulce que le rondaba en la mente: una
      canción que parecía venir como una luz pálida del otro lado de una cortina de
      lluvia gris y que creciendo cambiaba el velo en cristal y plata, hasta que al fin el
      velo  se  abrió  y  un  país  lejano  y  verde  apareció  ante  él  a  la  luz  de  un  rápido
      amanecer.
        La visión se fundió en el despertar; y allí estaba Tom silbando como un árbol
      colmado de pájaros; y el sol ya caía oblicuamente por la colina y a través de la
      ventana abierta. Afuera todo era verde y oro pálido. Luego del desayuno, que
      tomaron de nuevo solos, se prepararon para despedirse, el corazón tan oprimido
      como  era  posible  en  una  mañana  semejante:  fría,  brillante  y  limpia  bajo  un
      lavado  cielo  otoñal  de  un  ligero  azul.  El  aire  llegaba  fresco  del  noroeste.  Los
      pacíficos poneys estaban casi retozones, bufando y moviéndose inquietos. Tom
      salió de la casa, movió el sombrero y bailó en el umbral, invitando a los hobbits a
      ponerse de pie, a partir y a marchar a buen paso.
        Cabalgaron a lo largo de un sendero que subía zigzagueando hacia el extremo
      norte  de  la  loma  en  que  se  apoyaba  la  casa.  Acababan  de  desmontar  para
      ayudar a los poneys en la última pendiente empinada, cuando de pronto Frodo se
      detuvo.
        —¡Baya de Oro! —gritó—. ¡Mi hermosa dama, toda vestida de verde plata!
      ¡No nos hemos despedido y no la hemos visto desde anoche!
        Se  sentía  tan  desolado  que  quiso  volver  atrás,  pero  en  ese  momento  una
      llamada cristalina descendió hacia ellos como un rizo de agua. Allá en la cima de
      la loma Baya de Oro les hacía señas; los cabellos sueltos le flotaban en el aire,
      centelleando al sol. Una luz parecida al reflejo del agua en la hierba húmeda de
      rocío le brillaba bajo los pies, que bailaban.
        Subieron de prisa la última pendiente y se detuvieron sin aliento junto a ella.
      La saludaron inclinándose, pero con un movimiento de la mano ella los invitó a
      mirar alrededor; y desde aquella cumbre ellos miraron las tierras a la luz de la
      mañana. El aire era ahora tan claro y transparente como había sido velado y
      brumoso cuando llegaron al cerro del bosque, que ahora se erguía pálido y verde
      entre  los  árboles  oscuros  del  oeste.  Allí  la  tierra  se  elevaba  en  repliegues
      boscosos, verdes, amarillos, rosados a la luz del sol, y más allá se escondía el
      Valle  del  Brandivino.  Hacia  el  sur,  sobre  la  línea  del  Tornasauce,  había  un
      resplandor lejano como un pálido espejo y el río Brandivino se torcía en un lazo
      sobre las tierras bajas y se alejaba hacia regiones desconocidas para los hobbits.
      Hacia el norte, más allá de las quebradas decrecientes, la tierra se extendía en
      llanos  y  protuberancias  de  pálidos  colores  terrosos  y  grises  y  verdes,  hasta
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