Page 149 - El Señor de los Anillos
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no había desaparecido!
Tom rió otra vez y echó el Anillo al aire y el Anillo se desvaneció con un
resplandor. Frodo dio un grito y Tom se inclinó hacia adelante y le devolvió el
Anillo con una sonrisa.
Frodo miró el Anillo de cerca y con cierta desconfianza (como quien ha
prestado un dije a un prestidigitador). Era el mismo Anillo, o tenía el mismo
aspecto y pesaba lo mismo; siempre le había parecido a Frodo que el Anillo era
curiosamente pesado. Pero no estaba seguro y tenía que cerciorarse. Quizás
estaba un poco molesto con Tom a causa de la ligereza con que había tratado algo
que para el mismo Gandalf era de una importancia tan peligrosa. Esperó la
oportunidad, ahora que la charla se había reanudado y Tom contaba una absurda
historia de tejones y sus raras costumbres, y se deslizó el Anillo en el dedo.
Merry se volvió hacia él para decirle algo y tuvo un sobresalto, reprimiendo
una exclamación. Frodo estaba contento (en cierto modo); era en verdad el
mismo Anillo, pues Merry clavaba los ojos en la silla y obviamente no podía
verlo. Frodo se puso de pie y se escurrió hacia la puerta exterior, alejándose de la
chimenea.
—¡Eh, tú! —gritó Tom volviendo hacia él unos ojos brillantes que parecían
verlo perfectamente—. ¡Eh! ¡Ven Frodo, ven aquí! ¿Adónde te ibas? El viejo
Tom Bombadil todavía no está tan ciego. ¡Sácate ese Anillo dorado! Te queda
mejor la mano desnuda. ¡Ven aquí! ¡Deja ese juego y siéntate a mi lado!
Tenemos que hablar un poco más y pensar en la mañana. Tom te enseñará el
camino justo, ahorrándote extravíos.
Frodo se rió (tratando de parecer complacido) y sacándose el Anillo se
acercó y se sentó de nuevo. Tom les dijo entonces que el sol brillaría al día
siguiente y que sería una hermosa mañana y que la partida se presentaba bajo
los mejores auspicios. Pero convendría que salieran temprano, pues el tiempo en
aquellas regiones era algo de lo que ni siquiera Tom podía estar seguro y a veces
cambiaba con más rapidez de lo que él tardaba en cambiarse la chaqueta.
—No soy dueño del clima —les dijo—, como ningún ser que camine en dos
patas.
De acuerdo con el consejo de Tom decidieron ir hacia el norte desde la casa,
por las laderas orientales y más bajas de las Quebradas. De ese modo era posible
que llegaran al camino del este en una jornada, evitando los Túmulos. Les dijo
que no se asustaran y que atendieran a sus propios asuntos.
—No dejéis la hierba verde. No os acerquéis a las piedras antiguas ni a los
fríos Tumularios, ni espiéis los Túmulos, a menos que seáis gente fuerte y de
ánimo firme.
Dijo esto una vez más y les aconsejó que pasaran los Túmulos por el lado
oeste, si se extraviaban y se acercaban demasiado. Luego les enseñó a cantar
una canción, para el caso de que tuvieran mala suerte y cayeran al día siguiente