Page 145 - El Señor de los Anillos
P. 145

desayunar, las nubes se habían unido formando un techo uniforme y una lluvia
      gris cayó verticalmente con una dulce regularidad. La espesa cortina no dejaba
      ver el bosque.
        Mientras  miraban  por  la  ventana,  la  voz  clara  de  Baya  de  Oro  descendió
      dulcemente, como si bajara con la lluvia, desde el cielo. No oían sino unas pocas
      palabras,  pero  les  pareció  evidente  que  la  canción  era  una  canción  de  lluvia,
      dulce como un chaparrón sobre las lomas secas y que contaba la historia de un
      río desde el manantial en las tierras altas hasta el océano distante, allá abajo. Los
      hobbits escuchaban deleitados y Frodo sentía alegría en el corazón y bendecía la
      lluvia bienhechora que les demoraba la partida. La idea de que tenían que irse le
      estaba pesando desde que abrieran los ojos, pero sospechaba ahora que ese día
      no irían más lejos.
      El viento alto se estableció en el oeste y unas nubes más densas y más húmedas
      se elevaron rodando para verter la carga de lluvia en las cimas desnudas de las
      Quebradas. No se veía nada alrededor de la casa, excepto agua que caía. Frodo
      estaba de pie junto a la puerta abierta observando el blanco sendero gredoso que
      descendía  burbujeando  al  valle,  transformado  en  un  arroyo  de  leche.  Tom
      Bombadil apareció trotando en una esquina de la casa, moviendo los brazos como
      para apartar la lluvia y en realidad cuando saltó al umbral parecía perfectamente
      seco,  excepto  las  botas.  Se  las  quitó  y  las  puso  en  un  rincón  de  la  chimenea.
      Luego se sentó en la silla más grande y pidió a los hobbits que se le acercaran.
        —Es el día de lavado de Baya de Oro —dijo—, y también de la limpieza de
      otoño.  Llueve  demasiado  para  los  hobbits,  ¡que  descansen  mientras  les  sea
      posible! Día bueno para cuentos largos, para preguntas y respuestas, de modo
      que Tom iniciará la charla.
        Les contó entonces muchas historias notables, a veces como hablándose a sí
      mismo y a veces mirándolos de pronto con ojos azules y brillantes bajo las cejas
      tupidas. A menudo la voz se le cambiaba en canto y se levantaba entonces de la
      silla para bailar alrededor. Les habló de abejas y de flores, de las costumbres de
      los  árboles  y  las  extrañas  criaturas  del  bosque,  de  cosas  malignas  y  de  cosas
      benignas, cosas amigas y cosas enemigas, cosas crueles y cosas amables y de
      secretos que se ocultaban bajo las zarzas.
        A  medida  que  escuchaban,  los  hobbits  empezaron  a  entender  las  vidas  del
      bosque, distintas de las suyas, sintiéndose en verdad extranjeros allí donde todas
      las cosas estaban en su sitio. El viejo Hombre-Sauce aparecía y desaparecía en
      la charla, una y otra vez y Frodo aprendió bastante como para sentirse satisfecho,
      en  verdad  más  que  bastante,  pues  las  cosas  de  que  se  iba  enterando  no  eran
      tranquilizadoras.  Las  palabras  de  Tom  desnudaban  los  corazones  y  los
      pensamientos  de  los  árboles,  pensamientos  que  eran  a  menudo  oscuros  y
      extravíos,  colmados  de  odio  por  todas  las  criaturas  que  se  mueven  libremente
   140   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150