Page 146 - El Señor de los Anillos
P. 146

sobre  la  tierra,  arañando,  mordiendo,  rompiendo,  cortando,  quemando:
      destructoras y usurpadoras. No se le llamaba el Bosque Viejo sin motivo, pues
      era antiguo de veras, sobreviviente de vastos bosques olvidados; y en él vivían
      aún, envejeciendo tan lentamente como las colinas, los padres de los padres de
      los árboles, recordando la época en que eran señores. Los años innumerables les
      habían  dado  orgullo  y  sabiduría  enraizada  en  la  tierra  y  malicia.  Ninguno,  sin
      embargo, era más peligroso que el Gran Sauce: tenía el corazón podrido, pero
      una fuerza todavía verde; y era astuto, y ordenaba los vientos, y su canto y su
      pensamiento corrían entre los árboles de ambos lados del río. El espíritu gríseo y
      sediento del Sauce sacaba fuerzas de la tierra, extendiéndose como una red de
      raíces en el suelo y como dedos invisibles en el aire, hasta tener dominio sobre
      casi todos los árboles del bosque desde la Cerca a las Quebradas.
        De pronto la charla de Tom dejó los árboles para remontar el joven arroyo,
      por  encima  de  cascadas  burbujeantes,  guijarros  y  rocas  erosionadas  y  entre
      florecitas que se abrían en la hierba apretada y en grietas húmedas, trepando así
      hasta las Quebradas. Los hobbits oyeron hablar de los Grandes Túmulos y de los
      montículos verdes y de los círculos de piedra sobre las colinas y en los bajos. Las
      ovejas  balaron  en  rebaños.  Se  levantaron  muros  blancos  y  verdes.  Había
      fortalezas en las alturas. Reyes de pequeños reinos se batieron entre ellos y el
      joven sol brilló como el fuego sobre el rojo metal de las espadas codiciosas y
      nuevas.  Hubo  victorias  y  derrotas;  y  se  derrumbaron  torres,  se  quemaron
      fortalezas y las llamas subieron al cielo. El oro se apiló sobre los catafalcos de
      reyes  y  reinas,  y  unos  montículos  los  cubrieron  y  las  puertas  de  piedra  se
      cerraron  y  la  hierba  creció  encima.  Las  ovejas  pacieron  allí  un  tiempo,  pero
      pronto las colinas estuvieron desnudas otra vez. De sitios lejanos y oscuros vino
      una sombra, los huesos se agitaron en las tumbas. Los Tumularios se paseaban
      por las oquedades con un tintineo de anillos en los dedos fríos y cadenas de oro al
      viento. Los círculos de piedra salieron a la superficie de la tierra como dientes
      rotos a la luz de la luna.
        Los  hobbits  se  estremecieron.  Hasta  en  la  misma  Comarca  se  había  oído
      hablar de los Tumularios, que frecuentaban las Quebradas de los Túmulos, más
      allá del bosque. Pero no era esta una historia que complaciese a los hobbits, ni
      siquiera junto a una lejana chimenea. La alegría de la casa los había distraído,
      pero ahora los cuatro recordaron de pronto: la casa de Tom Bombadil se apoyaba
      en el hombro mismo de las temibles Quebradas. Perdieron el hilo del relato y se
      movieron inquietos, mirándose a hurtadillas.
        Cuando  volvieron  a  prestar  atención,  descubrieron  que  Tom  deambulaba
      ahora por regiones extrañas, más allá de la memoria y los pensamientos de los
      hobbits, en días en que el mundo era más ancho y los mares golpeaban la costa
      del oeste; y siempre yendo y viniendo Tom cantó la luz de las estrellas antiguas,
      cuando  sólo  los  ancianos  elfos  estaban  despiertos.  De  pronto  hizo  una  pausa  y
   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150   151