Page 144 - El Señor de los Anillos
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satisfecho, si los troncos duermen satisfechos.
      Despertaron  los  cuatro  a  la  vez,  con  la  luz  de  la  mañana.  Tom  andaba  por  la
      habitación silbando como un estornino. Oyendo que los hobbits se movían, golpeó
      las manos y gritó:
        —¡Hola! ¡Ven alegre dol, derry dol! ¡Mis bravos!
        Descorrió las cortinas amarillas y aparecieron las ventanas, a ambos lados
      del aposento: una miraba al este y la otra al oeste.
        Los hobbits se levantaron de un salto, renovados. Frodo corrió a la ventana
      oriental y se encontró mirando una huerta, gris de rocío. Casi había esperado ver
      una franja de césped entre la casa y los muros, césped marcado con huellas de
      cascos.  En  verdad,  no  podía  ver  muy  lejos,  a  causa  de  una  alta  estacada  de
      habas, pero por encima y a lo lejos la cresta gris de la colina se alzaba a la luz del
      amanecer. Era una mañana pálida; en el este, detrás de unas nubes largas como
      hilos  de  lana  sucia,  teñida  de  rojo  en  los  bordes,  centelleaban  unos  profundos
      piélagos amarillos. El cielo anunciaba lluvia, pero la luz se extendía rápidamente,
      y  las  flores  rojas  de  las  habas  comenzaban  a  brillar  entre  las  hojas  verdes  y
      húmedas.
        Pippin miró por la ventana occidental y vio un estanque de bruma. Una niebla
      cubría el bosque. Era como mirar desde arriba un techo de nubes en pendiente.
      Había un pliegue o canal donde la bruma se quebraba en penachos y ondas: el
      Valle  del  Tornasauce.  El  arroyo  descendía  por  la  ladera  izquierda  y  se
      desvanecía entre las sombras blancas. Junto a la casa había un jardín de flores y
      un cerco recortado, envuelto en una red de plata y más allá una hierba corta y
      gris, empalidecida por gotas de rocío. No se veía ningún sauce.
        —¡Buenos  días,  alegres  amigos!  —gritó  Tom  abriendo  de  par  en  par  la
      ventana del este. Un aire fresco entró en el cuarto, trayendo olor a lluvia—. Hoy
      el sol no mostrará mucho la cara, se me ocurre. He estado caminando, subiendo
      a las cumbres de las lomas, desde que empezó el alba gris, olfateando el viento y
      el tiempo: hierba húmeda a mis pies, cielo húmedo arriba. Desperté a Baya de
      Oro  cantando  bajo  su  ventana,  pero  nada  despierta  a  los  hobbits  a  la  mañana
      temprano.  Las  personitas  despiertan  de  noche  en  la  oscuridad  y  se  duermen
      cuando llega la luz. ¡Tocad un don diló! ¡Despertad, alegres amigos! ¡Olvidad los
      ruidos nocturnos! ¡Tocad un don diló del, mis bravos! Si os dais prisa, encontraréis
      el desayuno servido. ¡Si tardáis tendréis pasto y agua de lluvia!
        Inútil decir que aunque la amenaza de Tom no parecía muy seria los hobbits
      se apresuraron y dejaron la mesa tarde, cuando ya empezaba a parecer vacía.
      Ni Tom ni Baya de Oro estaban allí. Podía oírse a Tom que se movía por la casa,
      afanándose en la cocina, subiendo y bajando las escaleras y cantando afuera,
      aquí  y  allá.  La  habitación  daba  al  oeste  sobre  el  valle  neblinoso  y  la  ventana
      estaba abierta. El agua goteaba desde los aleros de paja. Antes que terminaran de
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