Page 147 - El Señor de los Anillos
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vieron que cabeceaba como atacado por el sueño. Los hobbits se quedaron
sentados, frente a él, como hechizados; y bajo el encantamiento de aquellas
palabras les pareció que el viento se había ido y las nubes se habían secado y el
día se había retirado y la oscuridad había venido del este y del oeste: en el cielo
resplandecía una claridad de estrellas blancas. Frodo no hubiese podido decir si
había pasado la mañana y la noche de un solo día o de muchos días. No se sentía
ni hambriento ni cansado, sólo colmado de asombro. Las estrellas brillaban del
otro lado de la ventana y el silencio de los cielos parecía rodearlo. Al fin ese
mismo asombro y un miedo repentino al silencio que había sobrevenido lo
llevaron a preguntar:
—¿Quién sois, Señor?
—¿Eh? ¿Qué? —dijo Tom enderezándose y los ojos le brillaron en la
oscuridad—. ¿Todavía no sabes cómo me llamo? Esa es la única respuesta. Dime,
¿quién eres tú, solo, tú mismo y sin nombre? Pero tú eres joven, y yo soy viejo.
El Antiguo, eso es lo que soy. Prestad atención, amigos míos: Tom estaba aquí
antes que el río y los árboles. Tom recuerda la primera gota de lluvia y la
primera bellota. Abrió senderos antes que la Gente Grande y vio llegar a la
Gente Pequeña. Estaba aquí antes que los Reyes y las tumbas y los Tumularios.
Cuando los elfos fueron hacia el oeste, Tom ya estaba aquí, antes que los mares
se replegaran. Conoció la oscuridad bajo las estrellas antes que apareciera el
miedo, antes que el Señor Oscuro viniera de Afuera.
Pareció que una sombra pasaba por la ventana y los hobbits echaron una
rápida mirada a través de los vidrios. Cuando se volvieron, Baya de Oro estaba
en la puerta de atrás, enmarcada en luz. Traía una vela encendida que protegía
del aire con la mano y la luz se filtraba a través de la mano como el sol a través
de una concha blanca.
—La lluvia ha cesado —dijo— y las aguas nuevas corren por la falda de la
colina, a la luz de las estrellas. ¡Riamos y alegrémonos!
—¡Y comamos y bebamos! —gritó Tom—. Las historias largas dan sed. Y
escuchar mucho tiempo es una tarea que da hambre, ¡mañana, mediodía y
noche!
Diciendo esto se incorporó de un salto, tomó una vela de la repisa de la
chimenea y la encendió en la llama que traía Baya de Oro y se puso a bailar
alrededor de la mesa. De súbito atravesó de un salto la puerta y desapareció.
Regresó pronto, trayendo una gran bandeja cargada. Luego él y Baya de Oro
pusieron la mesa, y los hobbits se quedaron sentados, mirándolos, en parte
maravillados y en parte riendo: tan hermosa era la gracia de Baya de Oro y tan
alegres y estrafalarias las cabriolas de Tom. Sin embargo, de algún modo, los dos
parecían tejer una sola danza, no molestándose entre sí, entrando y saliendo y
alrededor de la mesa; y los alimentos, los recipientes y las luces fueron
prontamente dispuestos. Las velas blancas y amarillas se reflejaron en los platos.