Page 140 - El Señor de los Anillos
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¡Oh viento en la cascada y risa entre las hojas!
        Frodo calló de pronto, balbuciendo, sorprendido al oírse decir esas palabras.
      Pero Baya de Oro rió.
        —¡Bienvenido! —dijo—. No había oído que la gente de la Comarca fuera de
      lengua tan dulce. Pero entiendo que eres amigo de los elfos; así lo dicen la luz de
      tus ojos y el timbre de tu voz. ¡Un feliz encuentro! ¡Sentaos y esperemos al Señor
      de la casa! No tardará. Está atendiendo a vuestros animales cansados.
        Los hobbits se sentaron complacidos en unas sillas bajas de mimbre, mientras
      Baya de Oro se ocupaba alrededor de la mesa; y los ojos de ellos seguían con
      deleite la fina gracia de los movimientos de la joven. De algún sitio detrás de la
      casa llegó el sonido de un canto. De cuando en cuando alcanzaban a oír, entre
      muchos derry dol, alegre dol, y toca un don dilló, unas palabras que se repetían:
       El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo,
       de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos.
        Hermosa dama! —dijo Frodo al cabo de un rato—. Decidme, si mi pregunta
      no os parece tonta, ¿quién es Tom Bombadil?
        —Es él —dijo Baya de Oro, dejando de moverse y sonriendo.
        Frodo la miró inquisitivamente.
        —Es como lo has visto —dijo ella respondiendo a la mirada de Frodo—. Es el
      Señor de la madera, el agua y las colinas.
        —¿Entonces estas tierras extrañas le pertenecen?
        —De ningún modo —dijo ella y la sonrisa se le apagó—. Eso sería en verdad
      una carga —susurró—. Los árboles y las hierbas y todas las cosas que crecen o
      viven en la región no tienen otro dueño que ellas mismas. Tom Bombadil es el
      Señor. Nadie ha atrapado nunca al viejo Tom caminando en el bosque, vadeando
      el río, saltando en lo alto de las colinas, a la luz o a la sombra. Tom Bombadil no
      tiene miedo. Es el Señor.
        Se abrió una puerta y entró Tom Bombadil. Se había sacado el sombrero y
      unas  hojas  otoñales  le  coronaban  los  espesos  cabellos  castaños.  Rió  y  yendo
      hacia Baya de Oro le tomó la mano.
        —¡He  aquí  a  mi  hermosa  señora!  —dijo  inclinándose  hacia  los  hobbits—.
      ¡He aquí a mi Baya de Oro vestida de verde y plata con flores en la cintura!
      ¿Está la mesa puesta? Veo crema amarilla y panales, y pan blanco y manteca,
      leche, queso, hierbas verdes y cerezas maduras. ¿Alcanza para todos? ¿Está la
      cena lista?
        —Está —respondió Baya de Oro—, pero quizá los huéspedes no lo estén.
        Tom golpeó las manos y gritó:
        —¡Tom, Tom! ¡Tus huéspedes están cansados y tú casi lo olvidaste! ¡Venid
      mis alegres amigos y Tom os refrescará! Os limpiaréis las manos sucias y os
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