Page 135 - El Señor de los Anillos
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árbol de las raíces a la copa, y siguió un completo silencio.
—¡Gracias! —dijeron los hobbits, uno tras otro.
Tom Bombadil se echó a reír.
—¡Bueno, mis amiguitos! —dijo inclinándose para mirarles las caras—.
Vendréis a casa conmigo. Hay en mi mesa un cargamento de crema amarilla,
panal de miel, manteca y pan blanco. Baya de Oro nos espera. Ya habrá tiempo
para preguntas mientras cenamos. ¡Seguidme tan rápido como podáis!
Luego de esto Tom Bombadil recogió los lirios y se fue saltando y bailando
por el camino hacia el este, llamándolos con la mano, cantando otra vez en voz
alta una canción que no tenía sentido.
Demasiado sorprendidos y demasiado aliviados para hablar, los hobbits lo
siguieron tan rápidamente como podían. Pero esto no bastaba. Tom desapareció
muy pronto delante de ellos y el sonido del canto se hizo más lejano y débil. Pero
de súbito la voz volvió flotando como un poderoso llamado.
¡Saltad, amiguitos, a lo largo del Tornasauce!
Tom va adelante a encender las velas.
El sol se oculta pronto marcharéis a ciegas.
Cuando caiga la noche, las puertas se abrirán,
y en las ventanas brillará una luz amarilla.
No tengáis miedo ni de alisos ni de sauces,
ni de raíces ni de ramas. Tom va adelante.
¡Hola, ahora, alegre dol! ¡Bienvenidos a casa!
Luego los hobbits no oyeron más. Casi en seguida pareció que el sol se hundía
entre los árboles, detrás de ellos. Recordaron la luz oblicua de la tarde que
brillaba sobre el río Brandivino y las ventanas de Gamoburgo que comenzaban a
iluminarse con cientos de luces. Grandes sombras caían ahora alrededor; los
troncos y las ramas, negros y amenazantes, se inclinaban sobre el sendero. Unas
nieblas blancas comenzaban a alzarse ondulándose en la superficie del río,
esparciéndose entre las raíces de los árboles, en las orillas. Del suelo a los pies de
los hobbits, un vapor tenebroso subía confundiéndose con el crepúsculo, que caía
rápidamente.
Se hizo difícil seguir el sendero y todos estaban muy cansados. Las piernas les
pesaban como plomo. Unos ruidos raros y furtivos corrían entre los matorrales y
juncos a los lados del camino y si alzaban los ojos veían unas caras extrañas,
retorcidas y nudosas, como sombras dibujadas en el cielo del crepúsculo, que los
miraban asomándose a las barrancas y a los límites del bosque. Empezaban a
tener la impresión de que todo aquel país era irreal y que avanzaban tropezando
por un sueño ominoso que no llevaba a ninguna vigilia.
En el momento en que ya aminoraban el paso y parecía que iban a
detenerse, advirtieron que el suelo se elevaba poco a poco. Las aguas