Page 131 - El Señor de los Anillos
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—¡Adelante! —gritó—. No podemos dormir todavía. Primero tenemos que
      salir del bosque.
        Pero los otros estaban ya demasiado adormilados para preocuparse. Junto a
      ellos Sam bostezaba y parpadeaba con aire estúpido.
        De pronto Frodo mismo se sintió dominado por la modorra. La cabeza se le
      bamboleaba. Apenas se oía un sonido en el aire. Las moscas habían dejado de
      zumbar.  Sólo  un  leve  susurro  apenas  audible,  como  si  alguien  cantara  entre
      dientes  una  canción,  parecía  revolotear  allá  arriba,  en  las  ramas.  Frodo  alzó
      pesadamente  los  ojos  y  vio  un  sauce  enorme,  viejo  y  blanquecino,  que  se
      inclinaba sobre él. El árbol parecía inmenso; las largas ramas apuntaban como
      brazos  tendidos,  con  muchas  manos  de  dedos  largos  y  el  tronco  nudoso  y
      retorcido  se  abría  en  anchas  hendiduras  que  crujían  débilmente  con  el
      movimiento de las ramas. Las hojas que se estremecían bajo el cielo brillante
      deslumbraron a Frodo; se tambaleó y cayó allí sobre las hierbas.
        Merry y Pippin se arrastraron hacia adelante y se tendieron apoyándose de
      espaldas  contra  el  tronco  del  sauce.  Detrás  de  ellos  las  grandes  hendiduras  se
      abrieron para recibirlos y el árbol se balanceó y crujió. Miraron hacia arriba y
      vieron  las  hojas  grises  y  amarillas  que  se  movían  apenas  contra  la  luz  y
      cantaban. Cerraron los ojos y les pareció que casi oían palabras, palabras frescas
      que hablaban del agua y del sueño. Se abandonaron a aquel sortilegio y cayeron
      en un sueño profundo al pie del enorme sauce gris.
        Frodo luchó un rato contra el sueño que lo aplastaba; al fin se incorporó de
      nuevo trabajosamente. Tenía unas ganas irresistibles de agua fresca.
        —Espérame,  Sam  —balbució—.  Tengo  que  mojarme  los  pies  un  instante.
      Medio dormido fue hacia el lado del árbol que daba al río, donde unas grandes
      raíces nudosas entraban en el agua, como dragones retorcidos que estiraban los
      cuellos para beber. Montó a horcajadas sobre una de las ramas, hundió los pies en
      el agua parda y fresca y se durmió en seguida, recostado contra el árbol.
      Sam  se  sentó  y  se  rascó  la  cabeza,  bostezando  como  una  caverna.  Estaba
      preocupado.  La  tarde  declinaba  y  esta  somnolencia  repentina  le  parecía
      inquietante. « Hay otra cosa aquí además del sol y el aire cálido» , se susurró a sí
      mismo. « Este árbol enorme no me gusta nada. No le tengo confianza. ¡Escucha
      cómo canta invitando al sueño! ¡No me convencerá!»
        Se puso de pie con mucho trabajo y fue tambaleándose a ver cómo estaban
      los poneys. Dos de ellos se habían alejado por el sendero; acababa de atraparlos
      y de traerlos junto a los otros cuando oyó dos ruidos: uno fuerte, el otro leve pero
      claro.  Uno  era  el  chapoteo  de  algo  pesado  que  había  caído  al  agua;  el  otro
      parecía el sonido de una cerradura en una puerta que se cierra despacio.
        Sam  se  precipitó  hacia  la  orilla.  Frodo  estaba  en  el  agua,  cerca  del  borde,
      bajo  una  enorme  raíz  que  parecía  mantenerlo  sumergido,  pero  no  se  resistía.
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