Page 127 - El Señor de los Anillos
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el cielo. En el otro extremo del claro había una abertura en la pared de árboles y
      más allá se abría una senda. Alcanzaban a ver cómo entraba en el bosque, ancha
      en  algunos  sitios  y  abierta  arriba,  aunque  de  vez  en  cuando  los  árboles  la
      ensombrecían cubriéndola con ramas oscuras. Siguieron ese camino. Ascendían
      aún, pero ahora más rápidamente y con mejor ánimo, pues les parecía que el
      bosque había cedido y que después de todo no se opondría a que pasaran.
        Pero  al  cabo  de  un  rato  el  aire  se  hizo  pesado  y  caluroso.  Los  árboles  se
      cerraron de nuevo a los lados y no podían ver adelante. La malignidad del bosque
      era ahora todavía más evidente. Había tanto silencio que el ruido de los cascos
      que aplastaban las hojas secas y a veces golpeaban raíces ocultas les retumbaban
      de algún modo en los oídos. Frodo trató de cantar para animarlos, pero su voz fue
      sólo un murmullo:
       Oh, vagabundos de la tierra en sombras,
       no desesperéis. Pues aunque oscuros se alcen
       todos los bosques terminarán al fin
       viendo pasar el sol descubierto:
       el sol poniente, el sol naciente,
       el fin del día y el principio del día.
       Al este o al oeste, los bosques acabarán.
        Acabarán… en el momento en que Frodo decía esta palabra, se le apagó la
      voz. El aire parecía pesado, y hablar era fatigoso. Justo detrás de ellos una rama
      gruesa cayó ruidosamente en el sendero. Adelante los árboles parecían apretarse
      unos contra otros.
        —No les gusta que hables de términos y acabamientos —dijo Merry—. Yo
      no cantaría más por ahora. Espera a llegar al límite del bosque; ¡y entonces nos
      volveremos y le cantaremos a coro!
        Habló  alegremente  y  si  había  en  él  alguna  ansiedad,  no  la  demostró.  Los
      demás  no  respondieron.  Se  sentían  agobiados.  Una  pesada  carga  oprimía  el
      corazón  de  Frodo  y  a  cada  paso  que  daba  más  lamentaba  haber  desafiado  la
      amenaza de los árboles. Estaba casi decidido a detenerse y proponerles que se
      volvieran (si esto era todavía posible) cuando las cosas tomaron un nuevo rumbo.
      La senda dejó de ascender y ahora corría por un llano. Los árboles oscuros se
      hicieron a un lado y podían ver que más adelante el camino seguía casi en línea
      recta. Al frente, a alguna distancia, una colina verde, sin árboles, se alzaba como
      una cabeza calva por encima del bosque. La senda parecía llevar directamente a
      la colina.
      Apresuraron la marcha, encantados con la idea de trepar por encima del techo
      de  la  floresta.  El  sendero  descendió  y  luego  comenzó  a  subir  otra  vez,
      conduciéndolos  al  pie  de  la  ladera  empinada.  Allí  abandonó  los  árboles  y  se
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