Page 126 - El Señor de los Anillos
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—Es mejor que vayas delante y encuentres esa senda —dijo Frodo—. ¡No
nos perdamos los unos a los otros, y no olvidemos de qué lado queda la cerca!
Tomaron un camino entre los árboles y los poneys avanzaron evitando
cuidadosamente las raíces entrelazadas y retorcidas. No había maleza. El suelo
se elevaba continuamente y a medida que avanzaban parecía que los árboles se
hacían más altos, oscuros y espesos. No se oía nada, excepto alguna ocasional
gota de humedad que caía entre las hojas inmóviles. Por el momento no había ni
un murmullo ni un movimiento entre las ramas; pero todos tenían la incómoda
impresión de que alguien estaba observándolos con una creciente desaprobación,
que llegaba a ser disgusto y aun hostilidad. Esta impresión fue creciendo hasta
que al fin se encontraron echando rápidas miradas hacia arriba o hacia atrás, o
por encima del hombro, como si esperasen un golpe repentino.
No había ya indicios de senda y parecía que los árboles les cerraban el paso.
Pippin sintió que no podía soportarlo más y gritó de pronto:
—¡Eh! ¡Eh! No haré nada, déjenme pasar, ¿quieren?
Los otros se detuvieron sobrecogidos; pero el grito volvió a ellos como
apagado por una cortina espesa; no hubo ecos ni respuesta, aunque el bosque
parecía ahora más poblado y atento que antes.
—Si yo fuese tú, no hubiera gritado —dijo Merry—. Nos hace más mal que
bien.
Frodo comenzaba a preguntarse si sería posible encontrar un modo de pasar y
si había hecho bien en arrastrar a los otros a este bosque abominable. Merry
miraba a ambos lados y parecía indeciso acerca del camino que debían tomar.
Pippin se dio cuenta.
—No te ha llevado mucho tiempo extraviarnos —dijo.
Pero en ese momento Merry silbó aliviado y señaló adelante.
—Bueno, bueno —dijo—. Estos árboles se mueven de veras. Tenemos ahí
enfrente (o así lo espero) el Claro de la Hoguera, ¡pero parece que el sendero se
ha ido!
La luz se hacía más clara a medida que avanzaban. De pronto salieron de
entre los árboles y se encontraron en un vasto espacio circular. Había un cielo
allá arriba, azul y claro, y se sorprendieron, pues bajo el techo del bosque no
habían podido ver cómo se levantaba la mañana ni cómo se desvanecía la
bruma. El sol no estaba sin embargo bastante alto como para llegar al claro,
aunque la luz brillaba sobre los árboles. Al borde del claro las hojas parecían más
verdes y espesas, rodeándolo con un muro casi sólido. No crecía allí ningún
árbol; sólo pastos duros y muchas plantas altas: gruesos abetos marchitos, perejil
silvestre, maleza reseca que se deshacía en ceniza blanca, ortigas y cardos
exuberantes. Un lugar melancólico, aunque comparado con la espesura del
bosque parecía un jardín encantador y alegre.
Los hobbits recobraron el ánimo y miraron con esperanza la luz creciente en