Page 130 - El Señor de los Anillos
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—¡Bueno, por lo menos ahora tengo una idea de donde estamos! —dijo
Merry. Hemos venido en dirección contraria a lo previsto. ¡Este es el río
Tornasauce! Iré a explorarlo. Salió a la luz y desapareció entre las hierbas altas.
Poco después reapareció, informando que el suelo era bastante firme entre el pie
del acantilado y el río; en algunos sitios una hierba apretada bajaba al borde del
agua.
—Más aún —dijo—. Parece haber algo semejante a un sendero sinuoso a lo
largo de esta orilla. Si doblamos hacia la izquierda y lo seguimos, creo que
saldremos del bosque por el lado este.
—Pienso lo mismo —comentó Pippin—. Es decir…. si la huella llega hasta
allí y no nos deja en algún pantano. ¿Quién puede haber trazado esta senda,
decidme, y por qué? Estoy seguro de que no para nuestro beneficio. Comienzo a
desconfiar de veras de este bosque y de todo lo que hay en él y ya creo en todas
las historias que se cuentan. ¿Tienes alguna idea de la distancia que debemos
recorrer hacia el este?
—No —dijo Merry—, no la tengo. Ignoro del todo a qué altura del
Tornasauce nos encontramos, ni quién pudo haber venido aquí con tanta
frecuencia como para trazar una senda a lo largo del río. Pero no veo ni imagino
otra salida.
No habiendo alternativa, partieron uno detrás de otro y Merry los llevó al
sendero que había descubierto. Las hierbas y las cañas eran en todas partes
lozanas y altas y en algunos lugares crecían muy por encima de la cabeza de los
viajeros; pero una vez encontrado el sendero era fácil de seguir en sus vueltas y
revueltas, siempre por terreno firme, evitando ciénagas y pantanos. Aquí y allá
atravesaba otros arroyos que venían de las tierras boscosas y altas y descendían
por hondonadas hasta el Tornasauce y en estos puntos y puestos allí con cuidado,
había unos troncos de árboles o unos manojos de ramas que iban de orilla a orilla
y ayudaban a cruzar.
Los hobbits comenzaron a sentir mucho calor. Ejércitos de moscas de toda
especie les zumbaban en las orejas y el sol de la tarde les quemaba las espaldas.
Inesperadamente entraron en una tenue sombra; grandes ramas grises se
extendían por encima del sendero. Cada paso adelante les costaba un poco más
que el anterior. Parecía que una somnolencia furtiva les subía por las piernas
desde el suelo y les caía dulcemente desde el aire sobre la cabeza y los ojos.
Frodo sintió que cabeceaba. Justo delante de él, Pippin cayó de rodillas. Frodo
se detuvo.
—Es inútil —oyó que Merry decía—. Imposible dar otro paso sin antes
descansar un poco. Necesitamos una siesta. Está fresco bajo los sauces. ¡Hay
menos moscas!
El tono de estas palabras no le gustó a Frodo.