Page 132 - El Señor de los Anillos
P. 132

Sam lo tomó por la chaqueta y tironeó sacándolo de debajo de la raíz; luego lo
      arrastró  como  pudo  hasta  la  orilla.  Frodo  se  despertó  casi  inmediatamente,
      tosiendo y farfullando.
        —¿Sabes tú, Sam —dijo al fin—, que ese árbol maldito me arrojó al agua? Lo
      sentí. ¡La raíz me envolvió el cuerpo y me hizo perder el equilibrio!
        —Estaba  usted  soñando  sin  duda,  señor  Frodo  —dijo  Sam—.  No  debiera
      haberse sentado en un lugar semejante, si tenía ganas de dormir.
        —¿Y  los  demás?  —inquirió  Frodo—.  Me  pregunto  qué  clase  de  sueños
      tendrán…
        Fueron al otro lado del árbol y Sam entendió entonces por qué había creído
      oír el sonido de una cerradura. Pippin había desaparecido. La abertura junto a la
      cual  se  había  acostado  se  había  cerrado  del  todo  y  no  se  veía  ni  siquiera  una
      grieta.  Merry  estaba  atrapado;  otra  de  las  hendiduras  del  árbol  se  le  había
      cerrado alrededor del cuerpo; tenía las piernas fuera, pero el resto estaba dentro
      de la abertura negra y los bordes lo apretaban como tenazas.
        Frodo  y  Sam  comenzaron  por  golpear  el  tronco  en  el  lugar  donde  había
      estado Pippin. Luego lucharon frenéticamente tratando de separar las mandíbulas
      de la grieta que sujetaba al pobre Merry. Todo fue inútil.
        —¡Qué cosa  espantosa!  —gritó  Frodo—. ¿Por  qué  habremos  venido  a este
      bosque horrible? ¡Ojalá estuviéramos todos de vuelta en Cricava!
        Pateó el árbol con todas sus fuerzas, sin prestar atención al dolor que sentía en
      el  pie.  Un  estremecimiento  apenas  perceptible  subió  por  el  tronco  hacia  las
      ramas; las hojas se sacudieron y murmuraron, pero ahora con el sonido de una
      risa lejana y débil.
        —¿No hemos traído un hacha en nuestro equipaje, señor Frodo? —preguntó
      Sam.
        —Traje un hacha pequeña para cortar leña —dijo Frodo—. No nos serviría
      de mucho.
        —¡Un momento! —gritó Sam, pues la mención de la leña le había dado una
      idea—. ¡Podríamos recurrir al fuego!
        —Podríamos —dijo Frodo, titubeando—. Podríamos asar vivo a Pippin dentro
      del tronco.
        —Podríamos también, para empezar, hacer daño al árbol o asustarlo —dijo
      Sam fieramente—. Si no los suelta lo echaré abajo, aunque sea a mordiscos.
        Corrió hacia los poneys y pronto volvió con dos yesqueros y un hacha.
        Juntaron  rápidamente  hierbas  y  hojas  secas  y  trozos  de  corteza;  luego
      apilaron  ramas  rotas  y  astillas.  Amontonaron  todo  contra  el  tronco  en  el  lado
      opuesto al de los prisioneros. Tan pronto como Sam consiguió encender la yesca,
      las hierbas secas comenzaron a arder y una columna de fuego y humo se alzó en
      el aire. Las ramitas crujieron. Unas lengüitas de fuego lamieron la corteza seca y
      estriada del árbol, chamuscándola. Un estremecimiento recorrió todo el sauce.
   127   128   129   130   131   132   133   134   135   136   137