Page 304 - El Señor de los Anillos
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los peligros que podrían encontrar y estudiaban los mapas historiados y los libros
de ciencia que había en casa de Elrond. A veces Frodo los acompañaba, pero
estaba contento de poder confiar en ellos como guías y se pasaba la mayor parte
del tiempo con Bilbo.
En aquellos últimos días los hobbits se reunían a la noche en la Sala de Fuego
y allí entre muchas historias oyeron completa la balada de Beren y Lúthien y la
conquista de la Gran joya, pero de día mientras Merry y Pippin iban de un lado a
otro, Frodo y Sam se pasaban las horas en el cuartito de Bilbo. Allí Bilbo les leía
pasajes del libro (que parecía aún muy incompleto), o fragmentos de poemas, o
tomaba notas de las aventuras de Frodo.
En la mañana del último día Frodo estaba a solas con Bilbo y el viejo hobbit
sacó de debajo de la cama una caja de madera. Levantó la tapa y buscó dentro.
—Se te quebró la espada, creo —le dijo a Frodo titubeando— y pensé que
quizá te interesara tener ésta, ¿la conoces?
Sacó de la caja una espada pequeña, guardada en una raída vaina de cuero.
La desenvainó y la hoja pulida y bien cuidada relució de pronto, fría y brillante.
—Esta es Dardo —dijo y sin mucho esfuerzo la hundió profundamente en
una viga de madera—. Tómala, si quieres. No la necesitaré más, espero.
Frodo la aceptó agradecido.
—Y aquí hay otra cosa —dijo Bilbo.
Y sacó un paquete que parecía bastante pesado para su tamaño. Desenvolvió
viejas telas y sacó a la luz una pequeña cota de malla de anillos entrelazados,
flexible casi como un lienzo, fría como el hielo, y más dura que el acero. Brillaba
como plata a la luz de la luna y estaba tachonada de gemas blancas y tenía un
cinturón de cristal y perlas.
—¡Es hermosa!, ¿no es cierto? —dijo Bilbo moviéndola a la luz—. Y útil
además. Es la cota de malla de enano que me dio Thorin. La recuperé en Cavada
Grande, antes de salir. Llevo siempre conmigo todos los recuerdos del Viaje
excepto el Anillo. Pero nunca esperé usarla y ahora no la necesito sino para
mirarla algunas veces. Apenas sientes el peso cuando la llevas.
—Parecerá… bueno, no creo que me quede bien —dijo Frodo.
—Lo mismo dije yo —continuó Bilbo—. Pero no te preocupes por tu
apariencia. Puedes usarla debajo de la ropa. ¡Vamos! Tienes que compartir
conmigo este secreto. ¡No se lo digas a nadie! Pero me sentiré más feliz si sé que
la llevas puesta. Se me ha ocurrido que hasta podría desviar los cuchillos de los
Jinetes Negros —concluyó en voz baja.
—Muy bien, la tomaré —dijo Frodo.
Bilbo le colocó la malla y aseguró a Dardo al cinturón resplandeciente. Luego
Frodo se puso encima las viejas ropas manchadas por la vida a la intemperie:
pantalones de montar, túnica y chaqueta.
—Un simple hobbit, eso pareces ser —dijo Bilbo—. Pero ahora hay algo más