Page 309 - El Señor de los Anillos
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llevaban al sur.
Al principio les pareció a los hobbits que aun caminando y trastabillando hasta
el agotamiento, iban a paso de caracol y no llegaban a ninguna parte. Pasaban los
días y el paisaje era siempre igual. Sin embargo, poco a poco, las montañas
estaban acercándose. Al sur de Rivendel eran aún más altas y se volvían hacia el
oeste; a los pies de la cadena principal se extendía una tierra cada vez más ancha
de colinas desiertas y valles profundos donde corrían unas aguas turbulentas. Los
senderos eran escasos y tortuosos y muchas veces los llevaban al borde de un
precipicio, o a un traicionero pantano.
Llevaban quince días de marcha cuando el tiempo cambió. El viento amainó de
pronto y viró al sur. Las nubes rápidas se elevaron y desaparecieron y asomó el
sol, claro y brillante. Luego de haber caminado tropezando toda una noche, llegó
el alba fría y pálida. Estaban ahora en una loma baja, coronada de acebos; los
troncos de color verde grisáceo parecían estar hechos con la misma piedra de las
lomas. Las hojas oscuras relucían y las bayas eran rojas a la claridad del sol
naciente. Lejos, en el sur, Frodo alcanzaba a ver los perfiles oscuros de unas
montañas elevadas que ahora parecían interponerse en el camino que la
Compañía estaba siguiendo. A la izquierda de estas alturas había tres picos; el más
alto y cercano parecía un diente coronado de nieve; el profundo y desnudo
precipicio del norte estaba todavía en sombras, pero donde lo alcanzaban los
rayos oblicuos del Sol, el pico llameaba, rojizo.
Gandalf se detuvo junto a Frodo y miró amparándose los ojos con la mano.
—Hemos llegado a los límites de la región que los hombres llaman Acebeda;
muchos elfos vivieron aquí en días más felices, cuando tenía el nombre de
Eregion. Hemos hecho cuarenta y cinco leguas a vuelo de pájaro, aunque
nuestros pies caminaran otras muchas millas. El territorio y el tiempo serán
ahora más apacibles, pero quizá también más peligrosos.
—Peligroso o no, un verdadero amanecer es siempre bien recibido —dijo
Frodo echándose atrás la capucha y dejando que la luz de la mañana le cayera
en la cara.
—¡Las montañas están frente a nosotros! —dijo Pippin—. Nos desviamos al
este durante la noche.
—No —dijo Gandalf—. Pero ves más lejos a la luz del día. Más allá de esos
picos la cadena dobla hacia el sudoeste. Hay muchos mapas en la Casa de
Elrond, aunque supongo que nunca pensaste en mirarlos.
—Sí, lo hice, a veces —dijo Pippin—, pero no los recuerdo. Frodo tiene
mejor cabeza que yo para estas cosas.
—Yo no necesito mapas —dijo Gimli, que se había acercado con Legolas y
miraba ahora ante él con una luz extraña en los ojos profundos—. Esa es la tierra
donde trabajaron nuestros padres, hace tiempo, y hemos grabado la imagen de