Page 307 - El Señor de los Anillos
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—Ese animal casi habla —dijo— y llegaría a hablar si se quedara aquí más
tiempo. Me echó una mirada tan elocuente como las palabras del señor Pippin: Si
no me dejas ir contigo, Sam, te seguiré por mi cuenta.
De modo que Bill sería la bestia de carga; sin embargo era el único miembro
de la Compañía que no parecía deprimido.
Ya se habían despedido de todos en la gran sala junto al fuego y ahora sólo
estaban esperando a Gandalf, que aún no había salido de la casa. Por las puertas
abiertas podían verse los reflejos del fuego y en las ventanas brillaban unas luces
tenues. Bilbo estaba de pie y en silencio junto a Frodo, arropado en un manto.
Aragorn se había sentado en el suelo y apoyaba la cabeza en las rodillas; sólo
Elrond entendía de veras qué significaba esta hora para él. Los otros eran como
sombras grises en la oscuridad.
Sam, junto al poney, se pasaba la lengua por los dientes y miraba
morosamente la sombra de allá abajo donde el río cantaba sobre un lecho de
piedras; en este momento no tenía ningún deseo de aventuras.
—Bill, amigo mío —dijo—, no tendrías que venir con nosotros. Podrías
quedarte aquí y comerías el heno mejor, hasta que crecieran los nuevos pastos.
Bill sacudió la cola y no dijo nada.
Sam se acomodó el paquete sobre los hombros y repasó mentalmente todo lo
que llevaba, preguntándose con inquietud si no habría olvidado algo: el tesoro
principal, los utensilios de cocina; la cajita de sal que lo acompañaba siempre y
que llenaba cada vez que le era posible; una buena porción de hierba para pipa,
« no suficiente» , pensaba; pedernal y yesca; medias de lana; ropa blanca; varias
pequeñas pertenencias que Frodo había olvidado y que él había guardado para
mostrarlas en triunfo cuando las necesitasen. Lo repasó todo.
—¡Cuerda! —murmuró—. ¡Ninguna cuerda! Y anoche mismo te dijiste:
« Sam, ¿qué te parece un poco de cuerda? Si no la llevas la necesitarás.
» Bueno, ya la necesito. No puedo conseguirla ahora.
En ese momento Elrond salió con Gandalf y pidió a la Compañía que se
acercase.
—He aquí mis últimas palabras —dijo en voz baja—. El Portador del Anillo
parte ahora en busca de la Montaña del Destino. Toda responsabilidad recae
sobre él: no librarse del Anillo, no entregárselo a ningún siervo de Sauron y en
verdad no dejar que nadie lo toque, excepto los miembros del Concilio o la
Compañía y esto en caso de extrema necesidad. Los otros van con él como
acompañantes voluntarios, para ayudarlo en esa tarea. Podéis detenemos, o
volver, o tomar algún otro camino, según las circunstancias. Cuanto más lejos
lleguéis, menos fácil será retroceder, pero ningún lazo ni juramento os obliga a ir
más allá de vuestros propios corazones, y no podéis prever lo que cada uno
encontrará en el camino.
—Desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece —dijo