Page 308 - El Señor de los Anillos
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Gimli.
—Quizá —dijo Elrond—, pero no jure que caminará en las tinieblas quien no
ha visto la caída de la noche.
—Sin embargo, un juramento puede dar fuerzas a un corazón desfalleciente.
—O destruirlo —dijo Elrond—. ¡No miréis demasiado adelante! ¡Pero partid
con buen ánimo! Adiós y que las bendiciones de los elfos y los hombres y toda la
gente libre vayan con vosotros. ¡Que las estrellas os iluminen!
—Buena… ¡buena suerte! —gritó Bilbo tartamudeando de frío—. No creo
que puedas llevar un diario, Frodo, compañero, pero esperaré a que me lo
cuentes todo cuando vuelvas. ¡Y no tardes demasiado! ¡Adiós!
Muchos otros de la Casa de Elrond los miraban desde las sombras y les decían
adiós en voz baja. No había risas ni canto ni música. Al fin la Compañía se volvió,
desapareciendo en la oscuridad.
Cruzaron el puente y remontaron lentamente los largos senderos escarpados
que los llevaban fuera del profundo valle de Rivendel, y al fin llegaron a los
páramos altos donde el viento siseaba entre los brezos. Luego, echando una
mirada al Ultimo Hogar que centelleaba allá abajo, se alejaron a grandes pasos
perdiéndose en la noche.
En el Vado del Bruinen dejaron el camino y doblando hacia el sur fueron por
unas sendas estrechas entre los campos quebrados. Tenían el propósito de seguir
bordeando las laderas occidentales de las montañas durante muchas millas y
muchos días. La región era más accidentada y desnuda que el valle verde del Río
Grande del otro lado de las montañas, en las Tierras Ásperas. La marcha era
necesariamente lenta, pero esperaban escapar de este modo a miradas hostiles.
Los espías de Sauron habían sido vistos raras veces en estas extensiones desiertas
y los senderos eran poco conocidos excepto para la gente de Rivendel.
Gandalf marchaba delante y con él iba Aragorn, que conocía estas tierras
aun en la oscuridad. Los otros los seguían en fila y Legolas que tenía ojos
penetrantes cerraba la marcha. La primera parte del viaje fue dura y monótona
y Frodo sólo guardaría el recuerdo del viento. Durante muchos días sin sol, un
viento helado sopló de las montañas del este y parecía que ninguna ropa pudiera
protegerlos contra aquellas agujas penetrantes. Aunque la Compañía estaba bien
equipada, pocas veces sintieron calor, tanto moviéndose como descansando.
Dormían inquietos en pleno día, en algún repliegue del terreno o escondiéndose
bajo unos arbustos espinosos que se apretaban a los lados del camino. A la caída
de la tarde los despertaba quien estuviera de guardia y tomaban la comida
principal: fría y triste casi siempre, pues pocas veces podían arriesgarse a
encender un fuego. Ya de noche partían otra vez, buscando los senderos que