Page 317 - El Señor de los Anillos
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sintió entonces que lo sacudían y recuperó dolorosamente la conciencia. Boromir
lo había levantado sacándolo de un nido de nieve.
—Esto será la muerte de los medianos, Gandalf —dijo Boromir—. Es inútil
quedarse aquí sentado mientras la nieve sube por encima de nuestras cabezas.
Tenemos que hacer algo para salvarnos.
—Dale esto —dijo Gandalf buscando en sus alforjas y sacando un frasco de
cuero—. Sólo un trago cada uno. Es muy precioso. Es miruvor, el cordial de
Imladris que Elrond me dio al partir. ¡Pásalo! Tan pronto como Frodo hubo
tragado un poco de aquel licor tibio y perfumado, sintió una nueva fuerza en el
corazón y los miembros libres de aquel pesado letargo. Los otros revivieron
también, con una esperanza y un vigor renovados. Pero la nieve no cesaba.
Giraba alrededor más espesa que nunca y el viento soplaba con mayor ruido.
—¿Qué tal un fuego? —preguntó Boromir bruscamente—. Parecería que ha
llegado el momento de decidirse: el fuego o la muerte, Gandalf. Cuando la nieve
nos haya cubierto estaremos sin duda ocultos a los ojos hostiles, pero eso no nos
ayudará.
—Haz un fuego si puedes —respondió Gandalf—. Si hay centinelas capaces
de aguantar esta tormenta, nos verán de todos modos, con fuego o sin fuego.
Aunque habían traído madera y ramitas por consejo de Boromir, estaba más
allá de la habilidad de un elfo o aun de un enano encender una llama que no se
apagase en los remolinos de viento o que prendiera en el combustible mojado. Al
fin Gandalf mismo intervino, de mala gana. Tomando un leño lo alzó un
momento y luego junto con una orden, naur an edraith ammen!, le hundió en el
medio la punta de su vara. Inmediatamente brotó una llama verde y azul y la
madera ardió chisporroteando.
—Si alguien ha estado mirándonos, entonces yo al menos me he revelado a él
—dijo—. He escrito Gandalf está aquí en unos caracteres que cualquiera podría
leer, desde Rivendel hasta las Bocas del Anduin.
Pero ya poco le importaban a la Compañía los centinelas o los ojos hostiles.
El resplandor del fuego les regocijaba el corazón. La madera ardía
animadamente y aunque todo alrededor sisease la nieve y un agua enlodada les
mojase los pies, se complacían en calentarse las manos al calor del fuego.
Estaban de pie, inclinados, en círculo alrededor de las llamitas danzantes. Una luz
roja les encendía las caras fatigadas y ansiosas; detrás la noche era como un
muro negro. Pero la madera ardía con rapidez y aún caía la nieve.
El fuego se apagaba; echaron el último leño.
—La noche envejece —dijo Aragorn—. El amanecer no tardará.
—Si hay algún amanecer capaz de traspasar estas nubes —dijo Gimli.
Boromir se apartó del círculo y clavó los ojos en la oscuridad.