Page 318 - El Señor de los Anillos
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—La nieve disminuye y amaina el viento.
Frodo observó cansadamente los copos que todavía caían saliendo de la
oscuridad y revelándose un momento a la luz del fuego moribundo, pero durante
largo rato no notó que nevara menos. Luego, de pronto, cuando el sueño
comenzaba de nuevo a invadirle, se dio cuenta de que el viento había cesado de
veras, y que los copos eran ahora más grandes y escasos. Muy lentamente, una
luz pálida comenzó a insinuarse. Al fin la nieve dejó de caer.
A medida que aumentaba, la luz iba descubriendo un mundo silencioso y
amortajado. Desde la altura del refugio se veían abismos informes y jorobas y
cúpulas blancas que ocultaban el camino por donde habían venido; pero unas
grandes nubes, todavía pesadas, amenazando nieve, envolvían las cimas más
altas.
Gimli alzó los ojos y sacudió la cabeza.
—Caradhras no nos ha perdonado —dijo—. Tiene todavía más nieve para
echárnosla encima, si seguimos adelante. Cuanto más pronto volvamos y
descendamos, mejor será.
Todos estuvieron de acuerdo, pero la retirada era ahora difícil, quizás
imposible. Sólo a unos pocos pasos de la ceniza de la hoguera, la capa de nieve
era de varios pies, más alta que los hobbits; en algunos sitios el viento la había
amontonado contra la pared.
—Si Gandalf fuera delante de nosotros con una llama, quizá pudiera fundirnos
un sendero —dijo Legolas.
La tormenta no lo había molestado mucho y era el único de la Compañía que
aún parecía animado.
—Si los elfos volaran por encima de las montañas, podrían traernos el sol y
salvarnos —contestó Gandalf—. Pero necesito materiales para trabajar. No
puedo quemar nieve.
—Bueno —dijo Boromir—, cuando las cabezas no saben qué hacer hay que
recurrir a los cuerpos, como dicen en mi país. Los más fuertes de nosotros tienen
que buscar un camino. ¡Mirad! Aunque ahora todo está cubierto de nieve, nuestro
sendero, cuando subíamos, se desviaba en aquella saliente de roca de allí abajo.
Fue allí donde la nieve comenzó a pesarnos. Si pudiéramos llegar a ese sitio, quizá
fuera más fácil continuar. No estamos a más de doscientas yardas, me parece.
—¡Entonces vayamos allí, tú y yo! —dijo Aragorn.
Aragorn era el más alto de la Compañía, pero Boromir, apenas más bajo, era
más fornido y ancho de hombros. Fue delante y Aragorn lo siguió. Se alejaron,
lentamente, y pronto les costó trabajo moverse. En algunos sitios la nieve les
llegaba al pecho y muy a menudo Boromir parecía nadar o cavar con los
grandes brazos más que caminar.
Legolas los observó un rato con una sonrisa en los labios y luego se volvió
hacia los otros.