Page 319 - El Señor de los Anillos
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—¿Los más fuertes tienen que buscar un camino, dijeron? Pero yo digo: que
el labrador empuje el arado, pero elige una nutria para nadar, y para correr
levemente sobre la hierba y las hojas, o sobre la nieve… un elfo.
Diciendo esto saltó ágilmente y entonces Frodo notó como si fuese la primera
vez, aunque lo sabía desde hacía tiempo, que el elfo no llevaba botas sino el
calzado liviano de costumbre y que sus pies apenas dejaban huellas en la nieve.
—¡Adiós! —le dijo Legolas a Gandalf—. Voy en busca del sol. Luego, con la
rapidez de un corredor sobre arenas firmes, se precipitó hacia delante, y
alcanzando en seguida a los hombres que se esforzaban en la nieve, saludándolos
con la mano los dejó atrás, continuó corriendo y desapareció detrás de la saliente
rocosa.
Los otros esperaron apretados unos contra otros, mirando hasta que Boromir y
Aragorn fueron dos motas negras en la blancura. Al fin ellos también se
perdieron de vista. El tiempo pasó arrastrándose. Las nubes bajaron y unos copos
de nieve giraron en el aire, cayendo.
Transcurrió quizás una hora, aunque pareció mucho más, y al fin vieron que
Legolas regresaba. Al mismo tiempo Boromir y Aragorn reaparecieron muy
atrás en la vuelta del sendero y subieron trabajosamente la pendiente.
—Bueno —exclamó Legolas mientras trepaba corriendo—, no he traído el
sol. Ella está paseándose por los campos azules del sur y una coronita de nieve
sobre la cima del Cuerno Rojo no la incómoda demasiado. Pero traigo un rayo
de buena esperanza para quienes están condenados a seguir a pie. La nieve se ha
amontonado de veras justo después de la saliente, y allí nuestros hombres fuertes
casi mueren enterrados. No sabían qué hacer hasta que volví y les dije que la
nieve no era más espesa que un muro. Y del otro lado hay mucha menos nieve,
y un poco más abajo es sólo un mantillo blanco, bueno para refrescarles los pies
a los hobbits.
—Ah, como dije antes —se quejó Gimli—. No era una tormenta ordinaria,
sino la mala voluntad de Caradhras. No gusta de los elfos ni de los enanos y
acumuló esa nieve para cerrarnos el paso.
—Pero por suerte tu Caradhras olvidó que venían hombres contigo —dijo
Boromir—. Y hombres valientes también, si puedo decirlo; aunque unos hombres
menores pero con palas hubiesen servido mejor. Sin embargo, hemos abierto un
sendero entre la nieve y aquellos que no corren tan levemente como los elfos nos
estarán sin duda agradecidos.
—¿Pero cómo llegaremos allí abajo, aunque hayáis abierto esa senda? —dijo
Pippin, expresando el pensamiento de todos los hobbits.
—¡Tened esperanza! —dijo Boromir—. Estoy cansado, pero todavía me
quedan fuerzas y lo mismo Aragorn. Cargaremos a los más pequeños. Los otros
se las arreglarán sin duda para seguirnos. ¡Vamos, señor Peregrin! Comenzaré