Page 447 - El Señor de los Anillos
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miraban el aire con miedo.
        —¡Arriba, Sam, muchacho! —dijo Frodo—. ¡Tómame la mano!
        —¡Sálveme, señor Frodo! —jadeó Sam—. Estoy ahogándome. No le veo la
      mano.
        —Aquí  está.  ¡No  aprietes  tanto!  No  te  soltaré.  Quédate  derecho  y  no  te
      sacudas, o volcarás el bote. Bueno, aférrate a la borda, ¡y déjame usar la pala!
        Con unos pocos golpes Frodo llevó de vuelta la barca a la orilla y Sam pudo
      salir arrastrándose, mojado como una rata de agua. Frodo se sacó el Anillo y pisó
      otra vez tierra firme.
        —¡De todos los fastidios del mundo tú eres el peor, Sam! —dijo.
        —Oh, señor Frodo, ¡es usted duro conmigo! —dijo Sam temblando de pies a
      cabeza—. Es usted duro tratando de irse sin mí y todo lo demás. Si yo no hubiese
      adivinado la verdad, ¿dónde estaría usted ahora?
        —A salvo y en camino.
        —¡A  salvo!  —dijo  Sam—.  ¿Solo  y  sin  mi  ayuda?  No  hubiese  podido
      soportarlo, sería mi muerte.
        —Venir conmigo también puede ser tu muerte, Sam —dijo Frodo y entonces
      yo no hubiese podido soportarlo.
        —No es tan seguro como si me quedara —dijo Sam.
        —Pero voy a Mordor.
        —Lo sé de sobra, señor Frodo. Claro que sí. Y yo iré con usted.
        —Por  favor,  Sam  —dijo  Frodo—,  ¡no  me  pongas  obstáculos!  Los  otros
      pueden volver en cualquier instante. Si me encuentran aquí, tendré que discutir y
      explicar y ya nunca tendré el ánimo o la posibilidad de irme. Pero he de partir en
      seguida. No hay otro modo.
        —Sí, ya lo sé —dijo Sam—. Pero no solo. Voy yo también, o ninguno de los
      dos. Antes desfondaré todas las barcas.
        Frodo rió con ganas. Sentía en el corazón un calor y una alegría repentinos.
        —¡Deja  una!  —dijo—.  La  necesitaremos.  Pero  no  puedes  venir  así,  sin
      equipo ni comida ni nada.
        —¡Un momento nada más y traeré mis cosas! —exclamó Sam animado—.
      Todo está listo. Pensé que partiríamos hoy.
        Corrió al sitio donde habían acampado, quitó un bulto de la pila donde Frodo lo
      había puesto, cuando sacara de la barca las pertenencias de los otros, tomó otra
      manta y algunos paquetes más de provisiones y volvió corriendo.
        —¡He aquí todo mi plan estropeado! —dijo Frodo—. Imposible escapar de ti.
      Pero estoy contento, Sam. No puedo decirte qué contento. ¡Vamos! Es evidente
      que estábamos destinados a ir juntos. Partiremos, ¡y que los otros encuentren un
      camino seguro! Trancos los cuidará. No creo que volvamos a verlos.
        —Quizá sí, señor Frodo. Quizá sí —dijo Sam.
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