Page 442 - El Señor de los Anillos
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carros de comandantes y vagones de suministros. Todo el poder del Señor Oscuro
estaba en movimiento. Volviéndose de nuevo hacia el sur Frodo contempló Minas
Tirith. Parecía estar muy lejos y era hermosa: de muros blancos, franqueada por
numerosas torres, orgullosa y espléndida, encaramada en la montaña; el acero
refulgía en las almenas y en las torrecillas brillaban estandartes de muchos
colores. En el corazón de Frodo se encendió una esperanza. Pero contra Minas
Tirith se alzaba otra fortaleza, más grande y más poderosa. No quería mirar pero
se volvió hacia el este y vio los puentes arruinados de Osgiliath y las puertas
abiertas como en una mueca de Minas Morgul y las Montañas Encantadas, y se
descubrió mirando Gorgoroth, el valle del terror en el País de Mordor. Las
tinieblas se extendían allí bajo el sol. El fuego brillaba entre el humo. El Monte
del Destino estaba ardiendo y una densa humareda subía en el aire. Al fin los
ojos se le detuvieron y entonces la vio: muro sobre muro, almena sobre almena,
negra, inmensamente poderosa, montaña de hierro, puerta de acero, torre de
diamante: Barad-dûr, la Fortaleza de Sauron. Frodo perdió toda esperanza.
Y entonces sintió el Ojo. Había un ojo en la Torre Oscura, un ojo que no
dormía, y ese ojo no ignoraba que él estaba mirándolo. Había allí una voluntad
feroz y decidida y de pronto saltó hacia él. Frodo la sintió casi como un dedo que
lo buscaba y que en seguida lo encontraría, aplastándolo. El dedo tocó el Amon
Lhaw. Echó una mirada al Tol Brandir. Frodo saltó a los pies de la silla y se
acurrucó cubriéndose la cabeza con la capucha gris.
Se oyó a sí mismo gritando: ¡Nunca! ¡Nunca! O quizá decía: Me acerco en
verdad, me acerco a ti. No podía asegurarlo. Luego como un relámpago venido
de algún otro extremo de poder se le presentó un nuevo pensamiento: ¡Sácatelo!
¡Sácatelo! ¡Insensato, sácatelo! ¡Sácate el Anillo!
Los dos poderes lucharon en él. Durante un momento, en perfecto equilibrio
entre dos puntas afiladas, Frodo se retorció atormentado. De súbito tuvo de nuevo
conciencia de sí mismo: Frodo, ni la Voz ni el Ojo libre de elegir y disponiendo
apenas de un instante. Se sacó el Anillo del dedo. Estaba arrodillado a la clara luz
del sol delante del elevado sitial. Una sombra negra pareció pasar sobre él, como
un brazo; no acertó a dar con el Amon Hen, buscó un poco en el este y se
desvaneció. El cielo era otra vez limpio y azul y los pájaros cantaban en todos los
árboles.
Frodo se puso de pie. Se sentía muy fatigado, pero estaba decidido ahora y se
había quitado un peso del corazón. Se habló en voz alta.
—Bien, tengo que hacerlo —dijo—. Esto al menos es claro: la malignidad del
Anillo ya está operando, aun en la Compañía, y antes que haga más daño hay
que llevarlo lejos. Iré solo. En algunos no puedo confiar y aquellos en quienes
puedo confiar me son demasiado queridos: el pobre viejo Sam y Merry y Pippin.
Trancos también: desea tanto volver a Minas Tirith, y quizá lo necesiten allí,
ahora que Boromir ha sucumbido al mal. Iré solo. En seguida.