Page 438 - El Señor de los Anillos
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un poderoso rugido acompañado por un bramido retumbante.
        Frodo  se  sentó  en  la  piedra,  apoyando  el  mentón  en  las  manos,  los  ojos
      clavados en el este, pero no viendo mucho. Todo lo que había ocurrido desde que
      Bilbo dejara la Comarca le desfiló entonces por la mente y recordó lo que pudo
      de las palabras de Gandalf. El tiempo pasó y aún no podía decidirse.
        De pronto despertó de estos pensamientos: tenía la rara impresión de que algo
      estaba detrás de él, que unos ojos inamistosos lo observaban. Se incorporó de un
      salto  y  se  volvió:  le  sorprendió  no  ver  sino  a  Boromir,  de  cara  sonriente  y
      bondadosa.
        —Temía  por  ti,  Frodo  —dijo  Boromir  adelantándose—.  Si  Aragorn  tiene
      razón y los orcos están cerca, no conviene que nos paseemos solos y menos tú:
      tantas  cosas  dependen  de  ti.  Y  mi  corazón  también  lleva  una  carga.  ¿Puedo
      quedarme y hablarte un rato ya que te he encontrado? Me confortará. Cuando
      hay  tantos,  toda  palabra  se  convierte  en  una  discusión  interminable.  Pero  dos
      quizás encuentren juntos el camino de la sabiduría.
        —Eres  amable  —dijo  Frodo—.  Aunque  no  creo  que  un  discurso  pueda
      ayudarme. Pues sé muy bien lo que he de hacer, pero tengo miedo de hacerlo,
      Boromir, miedo.
        Boromir no replicó. El Rauros continuaba rugiendo. El viento murmuraba en
      las ramas de los árboles. Frodo se estremeció.
        De pronto Boromir se acercó y se sentó junto a él.
        —¿Estás seguro de que no sufres sin necesidad? —dijo—. Deseo ayudarte.
      Necesitas alguien que te guíe en esa difícil elección. ¿No aceptarías mi consejo?
        —Creo  que  ya  sé  qué  consejo  me  darías,  Boromir  —dijo  Frodo—.  Y  me
      parecería un buen consejo si el corazón no me dijese que he de estar prevenido.
        —¿Prevenido? ¿Prevenido contra quién? —dijo Boromir con tono brusco.
        —Contra todo retraso. Contra lo que parece más fácil. Contra la tentación de
      rechazar la carga que me ha sido impuesta. Contra… bueno, hay que decirlo:
      contra la confianza en la fuerza y la verdad de los hombres.
        —Sin embargo esa fuerza te protegió mucho tiempo allá en tu pequeño país,
      aunque tú no lo supieras.
        —No pongo en duda el valor de tu pueblo. Pero el mundo está cambiando.
      Las murallas de Minas Tirith pueden ser fuertes, pero quizá no bastante fuertes. Si
      ceden, ¿qué pasará?
        —Moriremos como valientes en el combate. Sin embargo, hay esperanzas de
      que no cedan.
        —Ninguna esperanza mientras exista el Anillo.
        —¡Ah! ¡El Anillo! —dijo Boromir y se le encendieron los ojos—. ¡El Anillo!
      ¿No es un extraño destino tener que sobrellevar tantos miedos y recelos por una
      cosa tan pequeña? ¡Una cosa tan pequeña! Y yo sólo la vi un instante en la casa
      de Elrond. ¿No podría echarle otra mirada?
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