Page 433 - El Señor de los Anillos
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enfrente. Pero esta noche se turnarán dos en la guardia: tres horas de reposo y
una de vigilia.
No hubo esa noche nada peor que una corta llovizna, una hora antes del alba.
Llegó el día y se pusieron en camino. La niebla estaba desvaneciéndose. Se
mantenían lo más cerca posible de la orilla occidental y se podían ver las formas
oscuras de las barrancas, más altas cada vez; muros sombríos que hundían los
pies en las aguas apresuradas. A media mañana las nubes descendieron y
empezó a llover copiosamente. Extendieron las cubiertas de pieles sobre las
barcas, para que no entrara el agua, y continuaron dejándose llevar río abajo.
Las cortinas grises de la lluvia no les permitían ver lo que había delante o
alrededor.
La lluvia, sin embargo, no duró mucho. El cielo fue aclarándose lentamente y
luego las nubes se abrieron, y arrastrando unos flecos desaliñados se alejaron
hacia el norte. Las nieblas y brumas habían desaparecido. Delante de los viajeros
se extendía una amplia hondonada, de grandes paredes rocosas, de donde
colgaban unos pocos arbustos retorcidos, aferrados a las salientes y las grietas. El
cauce se hizo más estrecho y el río más rápido. Las aguas corrían con las barcas
y parecía difícil que pudieran detenerse o cambiar el rumbo, cualquiera fuese el
obstáculo que se les presentara delante. Sobre ellos el cielo era un prado azul;
alrededor se extendía el río oscurecido, y delante, negras, las colinas de los
Emyn Muil al sol, y en ellas no se veía ninguna abertura.
Frodo miraba hacia adelante y de pronto vio dos rocas que se acercaban
desde lejos: parecían dos grandes pináculos o pilares de piedra. Altas, verticales,
amenazadoras, se erguían a ambos lados del río. Una estrecha abertura apareció
entre ellas, y el río arrastró hacia allí las barcas.
—¡Mirad los Argonath, los Pilares de los Reyes! —gritó Aragorn—. Los
cruzaremos pronto. ¡Mantened las barcas en fila y tan apartadas como sea
posible! ¡Siempre por el medio de la corriente!
Frodo, arrastrado por las aguas, sintió que las dos torres se adelantaban a
recibirlo. Eran unas formas gigantescas, vastas figuras grises, mudas pero
peligrosas. En seguida vio que los pilares eran en verdad unas tallas enormes, que
el arte y los antiguos poderes habían trabajado en ellos y que a pesar de los soles
y las lluvias de años olvidados todavía seguían siendo unas poderosas imágenes.
Sobre unos grandes pedestales apoyados en el fondo de las aguas se levantaban
dos grandes reyes de piedra: los ojos velados bajo unas cejas hendidas aún
miraban ceñudamente al norte. Los dos adelantaban la mano izquierda,
mostrando la palma en un ademán de advertencia: en la mano derecha tenían
una hacha y sobre la cabeza llevaban un casco y una corona desmoronados. Aún
daban impresión de poder y majestad, guardianes silenciosos de un reino
desaparecido hacía tiempo. Frodo se sintió invadido por un temor reverente y se