Page 434 - El Señor de los Anillos
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encogió cerrando los ojos, sin atreverse a mirar mientras la barca se acercaba.
Hasta Boromir inclinó la cabeza cuando las embarcaciones pasaron en un
torbellino, como hojitas frágiles y voladizas, a la sombra permanente de los
centinelas de Númenor. Así cruzaron la abertura oscura de las Puertas.
Los terribles acantilados se alzaban ahora a cada lado a alturas inescrutables.
El cielo pálido parecía estar muy lejos. Las aguas negras rugían y resonaban, y
un viento chillaba sobre ellas. Frodo, la cabeza entre las rodillas, oyó a Sam que
gruñía y murmuraba adelante.
—¡Qué sitio! ¡Qué sitio horrible! ¡Que pueda yo salir de este bote y nunca
volveré a mojarme los pies en un charco y menos en un río!
—¡No temas! —dijo una voz extraña, detrás de él.
Frodo se volvió y vio a Trancos, y sin embargo no era Trancos, pues el
curtido montaraz ya no estaba allí. En la popa venía sentado Aragorn hijo de
Arathorn, orgulloso y erguido, guiando la barca con hábiles golpes de pala; se
había echado atrás la capucha, los cabellos negros le flotaban al viento y tenía
una luz en los ojos: un rey que vuelve del exilio.
—¡No temas! —repitió—. Durante muchos años anhelé contemplar las
imágenes de Isildur y Anárion, mis señores de otro tiempo. A la sombra de estos
señores, Elessar, Piedra de Elfo, hijo de Arathorn de la casa de Valandil hijo de
Isildur, heredero de Elendil, ¡no tiene nada que temer!
En seguida la luz se le apagó en los ojos y Aragorn dijo como hablándose a sí
mismo:
—¡Ah, si ahora Gandalf estuviera aquí! ¡Qué nostalgia tengo de Minas Anor
y las murallas de mi ciudad! ¿A dónde iré ahora?
El paso era largo y oscuro y había allí un ruido de viento, de aguas
tormentosas y de ecos que resonaban en las paredes de piedra. Describía una
curva hacia el oeste, de modo que al principio todo era oscuro delante, pero
Frodo vio luego una alta brecha luminosa, que crecía con rapidez. De pronto las
barcas salieron precipitadas a una luz vasta y clara.
El sol, que ya había dejado muy atrás el mediodía, brillaba en un cielo ventoso.
Las aguas se extendían ahora en un largo lago oval, el pálido Nen Hithoel,
rodeado de colinas grises y abruptas; las faldas estaban cubiertas de árboles, pero
las cimas desnudas brillaban fríamente a la luz del sol. En el extremo sur había
tres picos. El del medio se inclinaba un poco hacia adelante, apartándose de los
otros: una isla en medio del agua, entre los brazos pálidos y centelleantes del río.
De lejos venía un rugido profundo, como un trueno distante.
—¡Mirad el Tol Brandir! —dijo Aragorn señalando el pico alto del sur—. A la
izquierda se alza el Amon Lhaw y a la derecha el Amon Hen, las colinas del
Oído y de la Vista. En los días de los grandes reyes había sitiales ahí arriba y una
guardia permanente. Pero se dice que ningún pie de hombre o de bestia ha