Page 439 - El Señor de los Anillos
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Frodo alzó la cabeza. El corazón se le había helado de pronto. Había
alcanzado a ver el extraño resplandor en los ojos de Boromir, aunque la
expresión de la cara era aún amable y amistosa.
—Es mejor que permanezca oculto —respondió.
—Como quieras. No me importa —dijo Boromir—. ¿Pero no puedo hablarte
de ese Anillo? Parece que sólo pensaras en el poder que podría alcanzar en
manos del enemigo; en los malos usos del Anillo y no en los buenos. El mundo
cambia, dices. Minas Tirith caerá, si el Anillo no desaparece. ¿Pero por qué? Así
será si lo tiene el enemigo, pero no si lo tenemos nosotros.
—¿No estuviste en el Concilio? —respondió Frodo—. No podemos utilizarlo, y
lo que consigues con él se desbarata en mal.
Boromir se incorporó y se puso a caminar de un lado a otro con impaciencia.
—Sí, ya conozco la cantinela —exclamó—. Gandalf, Elrond, todos te dijeron
lo mismo y tú lo repites. Quizás esté bien para ellos. Esos elfos, medio elfos y
magos: es posible que alguna desgracia les cayera encima. Sin embargo me
pregunto a menudo si serán sabios de veras y no meramente tímidos. Pero a
cada uno según su especie. Los hombres de corazón leal no serán corrompidos.
Nosotros los de Minas Tirith nos hemos mostrado fuertes a través de largos años
de prueba. No buscamos el poder de los señores magos, sólo fuerza para
defendernos, fuerza para una causa justa. ¡Y mira! En nuestro aprieto la
casualidad trae a la luz el Anillo de Poder. Es un regalo digo yo, un regalo para
los enemigos de Mordor. Seríamos insensatos si no lo aprovecháramos, si no
utilizáramos contra el enemigo ese mismo poder. El temerario, el audaz, sólo
ellos tendrán la victoria. ¿Qué no podría hacer un guerrero en esta hora, un gran
jefe? ¿Qué no podría hacer Aragorn? Y si Aragorn se rehúsa, ¿qué no podría
hacer Boromir? El Anillo me daría poder de mando. ¡Ah, cómo perseguiría yo a
las huestes de Mordor y cómo todos los hombres servirían a mi bandera!
Boromir iba y venía hablando cada vez más alto, casi como si hubiera
olvidado a Frodo, mientras peroraba sobre murallas y armas y la convocatoria a
los hombres y planeaba grandes alianzas y gloriosas victorias futuras; y sometía
a Mordor y él se convertía en un rey poderoso, benevolente y sabio. De pronto se
detuvo y sacudió los brazos.
—¡Y nos dicen que lo tiremos por ahí —gritó—. Yo no digo como ellos
destruidlo. Esto podría convenir, si hubiese algún motivo razonable. No lo hay. El
único plan que nos propusieron es que un mediano entrara a ciegas en Mordor y
ofreciera al enemigo la posibilidad de recuperar el Anillo. ¡Qué locura!
» Seguro que tú también lo entiendes así, ¿no es cierto, amigo? —dijo de
pronto volviéndose de nuevo hacia Frodo—. Dices que tienes miedo. Si es así, el
más audaz te lo perdonaría. ¿Pero ese miedo no será tu buen sentido que se
rebela?
—No, tengo miedo —dijo Frodo—. No hay otra cosa. Y me alegra haberte