Page 481 - El Señor de los Anillos
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señores de estas tierras nunca hubieran obligado a un hombre a abandonar una
      búsqueda como la mía. Al menos mi obligación es clara: continuar. Vamos, hijo
      de Eomund, decídete a elegir. Ayúdanos, o en el peor de los casos déjanos en
      libertad. O aplica las leyes. Si así lo haces serán menos quienes regresen a tu
      guerra o a tu rey.
        Eomer calló un momento y al fin habló.
        —Los dos tenemos prisa —dijo—. Mi compañía está tascando el freno y tus
      esperanzas se debilitan hora a hora. Esta es mi elección. Te dejaré ir y además te
      prestaré unos caballos. Sólo esto te pido: cuando hayas terminado tu búsqueda, o
      la hayas abandonado, vuelve con los caballos por el Vado de Ent hasta Meduseld,
      la alta casa de Edoras donde Théoden reside ahora. Así le probarás que no me he
      equivocado.  En  esto  quizá  me  juegue  la  vida,  confiando  en  tu  veracidad.  No
      faltes a tu obligación.
        —No lo haré —dijo Aragorn.
      Cuando  Eomer  ordenó  que  los  caballos  sobrantes  fueran  prestados  a  los
      extranjeros, los demás jinetes se sorprendieron y cambiaron entre ellos miradas
      sombrías y desconfiadas; pero sólo Eothain se atrevió a hablar francamente.
        —Quizás  esté  bien  para  este  señor  que  dice  ser  de  la  raza  de  Gondor  —
      comentó—, ¿pero quién ha oído hablar de prestarle a un enano un caballo de la
      Marca?
        —Nadie  —dijo  Gimli—.  Y  no  te  preocupes,  nadie  lo  oirá  nunca.  Antes
      prefiero ir a pie que sentarme en el lomo de una bestia tan grande, aunque me la
      dieran de buena gana.
        —Pero tienes que montar o serás una carga para nosotros —dijo Aragorn.
        —Vamos,  te  sentarás  detrás  de  mí,  amigo  Gimli  —dijo  Legolas—.  Todo
      estará bien entonces y no tendrás que preocuparte ni por el préstamo ni por el
      caballo mismo.
        Le dieron a Aragorn un caballo grande, de pelaje gris oscuro y él lo montó.
        —Se llama Hasufel —dijo Eomer—. ¡Que te lleve bien y hacia una mejor
      fortuna que la de Gárulf, su último dueño!
        A Legolas le trajeron un caballo más pequeño y ligero, pero más arisco y
      fogoso. Se llamaba Arod.  Pero  Legolas  pidió  que  le  sacaran  la  montura  y  las
      riendas.
        —No las necesito —dijo y lo montó ágilmente de un salto y ante el asombro
      de los otros, Arod se mostró manso y dócil bajo Legolas y bastaba una palabra
      para que fuera o viniera en seguida de aquí para allá; tal era la manera de los
      elfos con todas las buenas bestias.
        Pusieron  a  Gimli  detrás  de  Legolas  y  se  aferró  al  elfo,  no  mucho  más
      tranquilo que Sam Gamyi en una embarcación.
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