Page 488 - El Señor de los Anillos
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Luchó un rato en vano, tratando de librarse de las ligaduras. Uno de los orcos,
sentado no muy lejos, se rió y le dijo algo a un compañero en aquella lengua
abominable.
—¡Descansa mientras puedas, tontito! —dijo en seguida en la Lengua
Común, que le pareció entonces a Pippin tan espantosa como el lenguaje de los
orcos—. ¡Descansa mientras puedas! Pronto encontrarás en qué utilizar tus
piernas. Desearás no haberlas tenido nunca, antes que lleguemos a destino.
—Si por mí fuera, querrías morir ahora mismo —dijo el otro—. Te haría
chillar, rata miserable. —Se inclinó sobre Pippin acercándole a la cara las garras
amarillas, blandiendo un puñal negro de larga hoja mellada—. Quédate tranquilo,
o te haré cosquillas con esto —siseó—. No llames la atención, pues yo podría
olvidar las órdenes que me han dado. ¡Malditos sean los Isengardos! Uglúk u
bagronk sha pushdug Sarumanglob búbhosh skai —y el orco se lanzó a un largo y
colérico discurso en su propia lengua que se perdió poco a poco en murmullos y
ronquidos.
Aterrorizado, Pippin se quedó muy quieto, aunque las muñecas y los tobillos
le dolían cada vez más y las piedras del suelo se le clavaban en la espalda. Para
distraerse, escuchó con la mayor atención todo lo que podía oír. Muchas voces se
alzaban alrededor y aunque en la lengua de los orcos había siempre un tono de
odio y cólera, parecía evidente que había estallado alguna especie de pelea y que
los ánimos se iban acalorando.
Pippin descubrió sorprendido que mucha de la charla era inteligible; algunos
de los orcos estaban usando la Lengua Común. En apariencia había allí miembros
de dos o tres tribus muy diferentes, que no entendían la lengua orca de los otros.
La airada disputa tenía como tema el próximo paso: qué ruta tomar y qué hacer
con los prisioneros.
—No hay tiempo para matarlos de un modo adecuado —dijo uno—. No hay
tiempo para diversiones en este viaje.
—Es cierto —dijo otro—, ¿pero por qué no eliminarlos rápidamente y
matarlos ahora? Son una maldita molestia y tenemos prisa. Se acerca la noche y
hay que pensar en irse.
—Órdenes —dijo una tercera voz gruñendo roncamente—. Matadlos a todos,
pero no a los medianos; los quiero vivos aquí y lo más pronto posible. Esas son las
órdenes que tengo.
—¿Para qué los quiere? —preguntaron varias voces—. ¿Por qué vivos? ¿Son
una buena diversión?
—No. He oído que uno de ellos tiene una cosa que se necesita para la Guerra,
un artificio élfico o algo parecido. En todo caso serán interrogados.
—¿Es todo lo que sabes? ¿Por qué no los registramos y descubrimos la