Page 491 - El Señor de los Anillos
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noche, pero la luna delgada descendía ya en el oeste. Estaban al borde de un
precipicio que parecía mirar a un océano de nieblas pálidas. Se oía el sonido de
una cascada próxima.
—Los exploradores han vuelto al fin —dijo un orco que andaba cerca.
—Bueno, ¿qué descubriste? —gruñó la voz de Uglúk.
—Sólo un jinete solitario, e iba hacia el oeste. El camino está libre, por ahora.
—Sí, por ahora. ¿Pero durante cuánto tiempo? ¡Idiotas! Teníais que haberlo
matado. Dará la alarma. Esos malditos criadores de caballos sabrán de nosotros
cuando llegue la mañana. Ahora habrá que redoblar el paso.
Una sombra se inclinó sobre Pippin. Era Uglúk.
—¡Siéntate! —dijo el orco—. Mis compañeros están cansados de cargarte de
aquí para allá. Vamos a bajar y tendrás que servirte de tus piernas. No te resistas
ahora. No grites y no intentes escapar. Haríamos un escarmiento que no te
gustaría, aunque el Señor aún podría sacarte algún provecho.
Cortó los lazos de cuero que sujetaban las piernas y tobillos de Pippin, lo tomó
por los cabellos y lo puso de pie. Pippin cayó al suelo y Uglúk lo levantó
sosteniéndolo por los cabellos otra vez. Algunos orcos se rieron. Uglúk le metió un
frasco entre los dientes y le echó un líquido ardiente en la garganta. Pippin sintió
un calor arrebatado que le abrasaba el cuerpo. El dolor de las piernas y los
tobillos se desvaneció. Podía tenerse en pie.
—¡Ahora el otro! —dijo Uglúk.
Pippin vio que el orco se acercaba a Merry, tendido allí cerca, y que lo
pateaba. Merry se quejó. Uglúk lo obligó a sentarse y le arrancó el vendaje de la
cabeza. Luego le untó la herida con una sustancia oscura que sacó de una cajita
de madera. Merry gritó y se debatió furiosamente.
Los orcos batieron las manos y se burlaron.
—No quiere tomarse la medicina —rieron—. No sabe lo que es bueno para
él. ¡Ja! Cómo nos divertiremos más tarde.
Pero por el momento Uglúk no estaba con ánimo de diversiones. Le corría
prisa y no era ocasión de discutir con quienes lo seguían de mala gana. Estaba
curando a Merry al modo de los orcos y el tratamiento parecía eficaz. Cuando
consiguió de viva fuerza que el hobbit tragara el contenido del frasco, le cortó las
ataduras de las piernas y tironeó de él hasta ponerlo de pie. Merry se enderezó,
pálido pero alerta y desafiante. La herida de la frente no le molestaba, aunque le
dejó una cicatriz oscura para toda la vida.
—¡Hola, Pippin! —dijo—. ¿Así que tú también vendrás en esta pequeña
expedición? ¿Dónde encontraremos una cama y un desayuno?
—Atención —dijo Uglúk—. Nada de charlas. Cualquier dificultad será
denunciada en el otro extremo, y Él sabrá seguramente cómo pagaros. Tendréis
cama y desayuno, más de lo que vuestros estómagos pueden recibir.