Page 495 - El Señor de los Anillos
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—gruñó fieramente—. Ignoras que son las niñas del Gran Ojo. Pero los Nazgûl
alados: todavía no, todavía no. El no dejará que se muestren por ahora más allá
del Río Grande, no demasiado pronto. Se los reserva para la Guerra… y otros
propósitos.
—Pareces saber mucho —dijo Uglúk—. Más de lo que te conviene, pienso.
Quizá la gente de Lugbúrz se pregunte cómo y por qué. Pero entretanto los Uruk-
hai de Isengard pueden hacer el trabajo sucio, como de costumbre. ¡No te
quedes ahí babeando! ¡Reúne a tu gentuza! Los otros cerdos escaparon al bosque.
Será mejor que vayas detrás. No regresarás con vida al Río Grande. ¡De prisa!
¡Ahora mismo! Iré pisándote los talones.
Los Isengardos tomaron de nuevo a Merry y a Pippin y se los echaron a la
espalda. Luego la tropa se puso en camino. Corrieron durante horas, deteniéndose
de cuando en cuando sólo para que otros orcos cargaran a los hobbits. Ya porque
eran más rápidos y más resistentes, o quizás obedeciendo a algún plan de
Grishnákh, los Isengardos fueron adelantándose a los orcos de Mordor y la gente
de Grishnákh se agrupó en la retaguardia. Pronto se aproximaron también a los
norteños que iban delante. Se acercaban ya al bosque.
Pippin sentía el cuerpo magullado y lacerado, y la mandíbula repugnante y la
oreja peluda del orco le raspaban la cabeza dolorida. Enfrente había espaldas
dobladas y piernas gruesas y macizas que bajaban y subían y bajaban y subían
sin descanso, como si fueran de alambre y cuerno, marcando los segundos de
pesadilla de un tiempo interminable.
Por la tarde la tropa de Uglúk rebasó las líneas de los norteños. Se
tambaleaban ahora a la luz del sol brillante, que en verdad no era sino un sol de
invierno en un cielo pálido y frío; iban con las cabezas bajas y las lenguas fuera.
—¡Larvas! —se burlaron los Isengardos—. Estáis cocinados. Los Pálidos os
alcanzarán y os comerán. ¡Ya vienen!
Un grito de Grishnákh mostró que no se trataba de una broma. En efecto, unos
hombres a caballo, que venían a todo correr, habían sido avistados detrás y a lo
lejos, e iban ganando terreno a los orcos, como una marea que avanza sobre una
playa, acercándose a unas gentes que se han extraviado en un tembladeral.
Los Isengardos se adelantaron con un paso redoblado que asombró a Pippin,
como si cubrieran ahora los últimos tramos de una carrera desenfrenada. Luego
vio que el sol estaba poniéndose, cayendo detrás de las Montañas Nubladas; las
sombras se extendían sobre la tierra. Los soldados de Mordor alzaron las cabezas
y también ellos aceleraron el paso. El bosque sombrío estaba cerca, ya habían
dejado atrás unos pocos árboles aislados. El terreno comenzó a elevarse cada vez
más abrupto, pero los orcos no dejaron de correr. Uglúk y Grishnákh gritaban
exigiéndoles un último esfuerzo.