Page 497 - El Señor de los Anillos
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La última parte de la orden fue llevada a cabo sin misericordia. Pero Pippin
      descubrió que por primera vez estaba cerca de Merry. Los orcos hacían mucho
      ruido,  gritando  y  entrechocando  las  armas,  y  los  hobbits  pudieron  cambiar
      algunas palabras en voz baja.
        —No tengo muchas esperanzas —dijo Merry—. Estoy agotado. No creas que
      pueda arrastrarme muy lejos, aun sin estas ataduras.
        —¡Lembas! —susurró Pippin—. Lembas: tengo un poco. ¿Tienes tú? Creo que
      sólo nos sacaron las espadas.
        —Sí, tengo un paquete en el bolsillo —le respondió Merry—. Pero ha de estar
      convertido en migas. De todos modos, ¡no puedo ponerme la boca en el bolsillo!
        —No  será  necesario.  Yo  he…  —pero  en  ese  momento  un  feroz  puntapié
      advirtió a Pippin que el ruido había cesado y que los guardias vigilaban.
      La noche era fría y silenciosa. Todo alrededor de la elevación donde se habían
      agrupado  los  orcos,  se  alzaron  unas  pequeñas  hogueras,  rojas  y  doradas  en  la
      oscuridad,  un  círculo  completo.  Estaban  allí  a  tiro  de  arco,  pero  los  jinetes  no
      eran visibles a contraluz y los orcos desperdiciaron muchas flechas disparando a
      los fuegos hasta que Uglúk los detuvo. Los jinetes no hacían ruido. Más tarde en la
      noche, cuando la luna salió de las nieblas, se les pudo ver de cuando en cuando:
      unas sombras oscuras que a veces la luz blanca iluminaba un momento mientras
      se movían en una ronda incesante.
        —¡Están esperando a que salga el sol, malditos sean! —refunfuñó un guardia
      —.  ¿Por  qué  no  cargamos  todos  juntos  sobre  ellos  y  nos  abrimos  paso?  ¡Qué
      piensa ese viejo Uglúk, quisiera saber!
        —Claro  que  quisieras  saberlo  —gruñó  Uglúk,  avanzando  por  detrás—.
      Quieres decir que no pienso nada, ¿eh? ¡Maldito seas! No vales más que toda esa
      canalla: las larvas y los monos de Lugbúrz. De nada serviría intentar una carga
      con ellos. No harán otra cosa que chillar y dar saltos y hay bastantes de esos
      inmundos palafreneros para hacernos morder el polvo aquí mismo.
        » Hay una sola cosa que puedan hacer estas larvas: tienen ojos que penetran
      como  taladros  en  la  oscuridad.  Pero  esos  Pálidos  ven  mejor  de  noche  que  la
      mayoría de los hombres, he oído decir, ¡y no olvidemos los caballos! Pueden ver
      la  brisa  nocturna,  se  dice  por  ahí.  Sin  embargo,  ¡aún  hay  algo  que  esos
      despabilados no saben! Las gentes de Mauhúr están en el bosque y se presentarán
      en cualquier momento.
        Las palabras de Uglúk bastaron en apariencia para satisfacer a los Isengardos,
      aunque  los  otros  orcos  se  mostraron  a  la  vez  desanimados  y  disconformes.
      Pusieron unos pocos centinelas, pero la mayoría se quedó tendida en el suelo,
      descansando en la agradable oscuridad. La noche había cerrado otra vez, pues la
      luna descendía al oeste envuelta en espesas nubes, y Pippin no distinguía nada
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