Page 492 - El Señor de los Anillos
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La banda de orcos comenzó a descender por una cañada estrecha que llevaba a
      la  llanura  brumosa.  Merry  y  Pippin  caminaban  con  ellos,  separados  por  una
      docena o más de orcos. Abajo encontraron un suelo de hierbas y los hobbits se
      sintieron algo más animados.
        —¡Ahora en línea recta! —gritó Uglúk—. Hacia el oeste y un poco al norte.
      Seguid a Lugdush.
        —¿Pero qué haremos a la salida del sol? —dijo alguno de los norteños.
        —Seguiremos  corriendo  —dijo  Uglúk—.  ¿Qué  pretendes?  ¿Sentarte  en  la
      hierba y esperar a que los Pálidos vengan a la fiesta?
        —Pero no podemos correr a la luz del sol.
        —Correrás  y  yo  iré  detrás  vigilándote  —dijo  Uglúk—.  ¡Corred!  O  nunca
      volveréis  a  ver  vuestras  queridas  madrigueras.  ¿De  qué  sirve  una  tropa  de
      gusanos  de  montaña  entrenados  a  medias?  ¡Por  la  Mano  Blanca!  ¡Corred,
      maldición! ¡Corred mientras dure la noche!
        Toda la compañía echó a correr entonces a los saltos, con las largas zancadas
      de los orcos y en desorden. Se empujaban, se daban codazos y maldecían; sin
      embargo avanzaban muy rápidamente. Cada uno de los hobbits iba vigilado por
      tres  orcos;  Pippin  corría  entre  los  rezagados,  casi  cerrando  la  columna.  Se
      preguntaba cuánto tiempo podría seguir a este paso; no había comido desde la
      mañana.  Uno  de  los  guardias  blandía  un  látigo.  Pero  por  ahora  el  licor  de  los
      orcos  le  calentaba  todavía  el  cuerpo  y  de  algún  modo  le  había  despejado  la
      mente.
        Una y otra vez, una imagen espontánea se le presentaba de pronto: la cara
      atenta de Trancos que se inclinaba sobre una senda oscura y corría, corría detrás.
      ¿Pero qué podría ver aun un montaraz excepto un rastro confuso de pisadas de
      orcos? Las pequeñas señales que dejaban Merry y él mismo desaparecían bajo
      las huellas de los zapatos de hierro, delante, atrás y alrededor.
        Habían avanzado poco más de una milla cuando el terreno descendió a una
      amplia depresión llana, de suelo blando y húmedo. La bruma se demoraba allí,
      brillando pálidamente a los últimos rayos de una luna delgada. Las formas de los
      primeros orcos se hicieron más oscuras.
        —¡Atención! ¡No tan rápido ahora! —gritó Uglúk a retaguardia.
        Una  idea  se  le  ocurrió  de  pronto  a  Pippin,  que  no  titubeó.  Se  apartó
      bruscamente  a  la  derecha  y  librándose  de  la  mano  del  guardia,  se  hundió  de
      cabeza en la bruma; cayó de bruces sobre la hierba, con las piernas y los brazos
      abiertos.
        —¡Alto! aulló Uglúk.
        Durante un momento hubo mucho ruido y confusión. Pippin se levantó de un
      salto  y  echó  a  correr.  Pero  los  orcos  fueron  detrás.  Algunos  aparecieron  de
      pronto delante de él.
        —No podré escapar —se dijo Pippin—. Pero quizá deje unas huellas nítidas
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