Page 490 - El Señor de los Anillos
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Grishnákh, una criatura de talla corta y maciza y con unos largos brazos que casi
      le  llegaban  al  suelo.  Alrededor  había  otros  monstruos  más  pequeños.  Pippin
      supuso que éstos eran los que venían del norte. Habían desenvainado los cuchillos
      y las espadas, pero no se atrevían a atacar a Uglúk.
        Uglúk  dio  un  grito  y  otros  orcos  casi  tan  grandes  como  él  aparecieron
      corriendo.  En  seguida,  sin  ningún  aviso,  Uglúk  saltó  hacia  adelante,  lanzó  dos
      golpes  rápidos  y  las  cabezas  de  dos  orcos  rodaron  por  el  suelo.  Grishnákh  se
      apartó  y  desapareció  en  las  sombras.  Los  otros  se  amilanaron  y  uno  de  ellos
      retrocedió de espaldas y cayó sobre el cuerpo tendido de Merry. Quizás esto le
      salvó la vida, pues los seguidores de Uglúk saltaron por encima de él y derribaron
      a  otro  con  las  espadas  de  hoja  ancha.  La  víctima  era  el  guardián  de  garras
      amarillas.  El  cuerpo  le  cayó  encima  a  Pippin,  la  mano  del  orco  empuñando
      todavía aquel largo cuchillo mellado.
        —¡Dejad las armas! —gritó Uglúk—. ¡Y basta de tonterías! De aquí iremos
      directamente al oeste y escaleras abajo. De allí directamente a las quebradas y
      luego a lo largo del río hasta el bosque. Y marcharemos día y noche. ¿Está claro?
        —Bien —se dijo Pippin—, si esa horrible criatura tarda un poco en dominar a
      la tropa, tengo alguna posibilidad.
        Había vislumbrado un rayo de esperanza. El filo del cuchillo negro le había
      desgarrado el brazo y se le había deslizado casi hasta la muñeca. La sangre le
      corría ahora por la mano, pero sentía también el contacto del acero frío.
        Los orcos se estaban preparando para partir, pero algunos de los del norte se
      resistían aún y los Isengardos tuvieron que abatir a otros dos antes de dominar al
      resto. Hubo muchas maldiciones y confusión. Durante un momento nadie vigiló a
      Pippin. Tenía las piernas bien atadas, pero los brazos estaban sujetos sólo en las
      muñecas, con las manos delante de él. Podía mover las dos manos juntas, aunque
      las cuerdas se le incrustaban cruelmente en la carne. Empujó al orco muerto a
      un lado y casi sin atreverse a respirar movió la atadura de las muñecas arriba y
      abajo sobre la hoja del cuchillo. La hoja era afilada y la mano del cadáver la
      sostenía  con  firmeza.  ¡La  cuerda  estaba  cortada!  Pippin  la  tomó  rápidamente
      entre los dedos, hizo un flojo brazalete de dos vueltas y metió las manos dentro.
      Luego se quedó muy quieto.
        —¡Traed los prisioneros! —gritó Uglúk—. ¡Y nada de trampas! Si no están
      vivos a nuestro regreso, algún otro morirá también.
        Un orco alzó a Pippin como un saco, le puso la cabeza entre las manos atadas
      y tomándolo por los brazos tiró hacia abajo. La cara de Pippin se aplastó contra
      el cuello del orco, que partió traqueando. Otro dispuso de Merry de modo similar.
      Las garras apretaban los brazos de Pippin como un par de tenazas y las uñas se le
      clavaban  en  la  carne.  Cerró  los  ojos  y  se  deslizó  de  nuevo  a  un  mundo  de
      pesadillas malignas.
        De pronto lo arrojaron otra vez a un suelo pedregoso. Era el principio de la
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