Page 501 - El Señor de los Anillos
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—Tenemos que irnos —dijo—. Espera un momento.
        La espada de Grishnákh estaba allí en el suelo al alcance de la mano, pero era
      demasiado  pesada  y  embarazosa;  de  modo  que  se  arrastró  hacia  adelante  y
      cuando encontró el cuerpo del orco le sacó de entre las ropas un cuchillo largo y
      afilado. Luego cortó rápidamente las cuerdas.
        —¡Y  ahora  vámonos!  —dijo—.  Cuando  nos  hayamos  desentumecido  un
      poco, quizá podamos tenernos en pie y caminar. De cualquier modo será mejor
      que empecemos arrastrándonos.
        Se  arrastraron.  La  hierba  era  espesa  y  blanda  y  esto  los  ayudó,  aunque
      avanzaban muy lentamente. Dieron un amplio rodeo para evitar las hogueras y
      se  adelantaron  poco  a  poco  hasta  la  orilla  del  río,  que  se  alejaba  gorgoteando
      entre las sombras oscuras de las barrancas. Luego miraron atrás.
        Los ruidos se habían apagado. Parecía evidente que la tropa de Mauhúr había
      sido destruida o rechazada. Los jinetes habían vuelto a la ominosa y silenciosa
      vigilia.  No  se  prolongaría  mucho  tiempo.  La  noche  envejecía  ya.  En  el  este,
      donde no había nubes, el cielo era más pálido.
        —Tenemos que ponernos a cubierto —dijo Pippin—, o pronto nos verán. No
      nos  ayudará  que  esos  jinetes  descubran  que  no  somos  orcos,  luego  de  darnos
      muerte. —Se incorporó y golpeó los pies contra el suelo—. Esas cuerdas se me
      han incrustado en la carne como alambres, pero los pies se me están calentando
      de nuevo. Yo ya podría echar a andar. ¿Y tú, Merry?
        Merry se puso de pie.
        —Sí  —dijo—,  yo  también.  El  lembas  te  da  realmente  ánimos.  Y  una
      sensación  más  sana,  también,  que  el  calor  de  esa  bebida  de  los  orcos.  Me
      pregunto qué sería. Mejor que no lo sepamos. ¡Tomemos un poco de agua para
      sacarnos ese recuerdo!
        —No aquí, las orillas son muy abruptas —dijo Pippin—. ¡Adelante ahora!
        Dieron media vuelta y caminaron juntos y despacio a lo largo del río. Detrás
      la luz crecía en el este. Mientras caminaban compararon lo que habían visto y
      oído, hablando en un tono ligero, a la manera de los hobbits, de todo lo que había
      ocurrido  desde  que  los  capturaran.  Nadie  hubiera  sospechado  entonces  que
      habían  pasado  por  crueles  sufrimientos  y  que  se  habían  encontrado  en  grave
      peligro,  arrastrados  sin  esperanza  al  tormento  y  la  muerte,  o  que  aún  ahora,
      como ellos lo sabían bien, no tenían muchas posibilidades de encontrarse otra vez
      con un amigo o sanos y salvos.
        —Parece que habéis mostrado mucho tino, maese Tuk —dijo Merry—. Casi
      te  mereces  un  capítulo  en  el  libro  del  viejo  Bilbo,  si  alguna  vez  tengo  la
      oportunidad  de  contárselo.  Buen  trabajo:  sobre  todo  por  haber  adivinado  las
      intenciones de ese canalla peludo y haberle seguido el juego. Pero me pregunto
      si alguien descubrirá alguna vez nuestras huellas y encontrará ese broche. No me
      gustaría  perder  el  mío,  aunque  me  temo  que  el  tuyo  haya  desaparecido  para
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